Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
cuál era su sitio, y el resultado final, si no completamente satisfactorio, tenía su
propio y peculiar equilibrio. Pero ahora todo amenazaba con venirse abajo. Al menos
Will tenía esa sensación aquella mañana.
En medio del pasillo del piso superior, volvió a escuchar el inquietante silencio,
paseando la mirada de una puerta a otra. Aquello era grave.
«Tenía que ocurrir precisamente ahora, justo cuando había descubierto algo tan
sorprendente», pensó. Quería hablar con su padre, contarle lo del túnel de los Pozos
y la extraña cámara con la que se habían encontrado Chester y él. Porque sin su
aprobación, sin su frase «Bien hecho, Will» y sin su sonrisa paternal, todo aquello no
valía nada.
Mientras bajaba las escaleras, tenía la extraña sensación de ser un intruso en su
propia casa. Vio la puerta de la sala de estar. Seguía cerrada. Su madre debía de
haber dormido allí, pensó al entrar en la cocina. En la mesa sólo había un cuenco.
Como en su fondo quedaban unos copos de arroz, Will supo que su hermana había
desayunado antes de salir para el colegio. Pero el hecho de que no lo hubiera lavado
al terminar, y la ausencia tanto en la mesa como en el fregadero del cuenco de copos
de maíz y de la taza de té de su padre, le parecieron alarmantes.
Aquella imagen congelada de la actividad cotidiana encerraba la clave de un
misterio, como esas pequeñas pistas en la escena del crimen que, examinadas
correctamente, proporcionaban la explicación de lo ocurrido.
Pero la cosa no funcionaba. No conseguía encontrar ninguna respuesta, y sabía
que debía cumplir sus deberes cotidianos.
«Esto es como un mal sueño —murmuró mientras echaba apresuradamente los
cereales de trigo en un cuenco—. Tocado y hundido», añadió masticando con
desánimo.
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