Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—¿Qué más?
—No pude oír el resto, pero estaban los dos muy enfadados. Se estaban diciendo
de todo. ¡Tiene que tratarse de algo muy importante, porque ella se está perdiendo la
serie Vecinos!
Will abrió el frigorífico y contempló un yogur distraídamente antes de volver a
dejarlo en su sitio.
—¿Qué puede haber pasado? No recuerdo que se hayan peleado de esta forma
nunca.
Justo en ese momento se abrió de par en par la puerta de la sala, haciéndoles dar
un respingo, y el doctor Burrows salió en estampida y se fue derecho hacia el sótano,
con la cara roja y los ojos desorbitados. Buscó la llave, rezongando algo
incomprensible, hasta que abrió la puerta y luego la cerró tras él con gran estruendo.
Will y Rebecca seguían mirando por la ranura de la puerta de la cocina cuando
oyeron gritar a la señora Burrows.
—¡No vales para nada, pedazo de fósil! ¡Lo que es por mí, te puedes quedar ahí
abajo y pudrirte, reliquia arqueológica! —gritó a pleno pulmón, cerrando la puerta
de la sala con un golpe que podría haber tirado la casa abajo.
—Tiene que haber levantado la pintura de la pared —comentó Will con frialdad.
Rebecca estaba tan preocupada por lo que sucedía que no le oyó.
—¡Qué rabia, Dios mío! Tengo que hablar con él sobre algo que he encontrado
hoy, es muy importante —rezongó.
Esta vez, ella sí le oyó:
—¡De eso ya puedes olvidarte! Mi consejo es que los dejemos en paz hasta que
todo se olvide. —Levantó la barbilla en un gesto algo engreído—. Si es que se olvida.
En fin, la comida está lista. Sírvete tú mismo. Puedes ponértelo todo si quieres,
porque no creo que nadie aparte de ti tenga ganas de cenar.
Sin decir nada más, Rebecca se dio la vuelta y salió de la cocina. Will paseó la
mirada desde el hueco de la puerta por el que ella había salido hasta el horno, y se
encogió de hombros.
Engulló dos raciones y media de una comida «lista para el horno», y subió al piso
de arriba de la casa, que se hallaba sumida en un asombroso silencio. Ni siquiera
distinguía el acostumbrado ruido de la televisión mientras, sentado en la cama,
limpiaba meticulosamente su pala con un trapo hasta que su brillo se reflejó en el
techo del dormitorio. Entonces se inclinó para dejarla en el suelo suavemente, apagó
la luz de la mesita de noche y se sumergió bajo el edredón.
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