Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
9
Sabiendo que Rebecca era implacable y que no merecía la pena provocar su ira, y
menos a la hora de comer, Will se sacudió la suciedad y se limpió el barro de las
botas antes de entrar en casa. Tiró la mochila al suelo, y las herramientas que había
dentro no habían terminado de chocar unas con otras, cuando se quedó helado del
asombro.
Tenía ante él una escena muy rara: la puerta de la sala de estar estaba cerrada y
Rebecca permanecía agachada ante ella, con el oído puesto en la cerradura. Hizo un
gesto de disgusto en cuanto vio a Will.
—¿Qué...? —Pero su hermana no lo dejó continuar, pues, levantándose
rápidamente, lo hizo callar llevándose un dedo a los labios. Cogió a su desconcertado
hermano por el brazo y lo obligó a entrar en la cocina—. ¿Qué pasa? —preguntó Will,
indignado pero sin levantar la voz.
Era todo muy extraño, desde luego. Había pillado a Rebecca, la señorita perfecta,
escuchando a escondidas a sus padres, algo que nunca se hubiera esperado de ella.
Pero había otra cosa aún más sorprendente: la puerta de la sala de estar, que
estaba cerrada. Will volvió la cabeza para comprobarlo de nuevo, sin poder creer lo
que veían sus ojos.
—Hasta donde me alcanza la memoria, esa puerta siempre ha estado abierta y
trabada con una cuña —comentó—. Ya sabes cómo odia ella...
—¡Se están peleando! —explicó Rebecca con solemnidad.
—¿Que se están qué? ¿Por qué?
—No estoy segura. Lo primero que oí fue a mamá gritándole que cerrara la puerta,
y estaba intentando enterarme de más cuando has llegado.
—Pero tienes que haber oído algo.
Rebecca no le respondió de inmediato.
—Vamos —la apremió él—. ¿Qué has oído?
—Bueno —comenzó lentamente—, ella le gritaba que era un puñetero fracasado...
y que tenía que dejar de perder el tiempo con cosas que no eran más que basura.
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