Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 56

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles —No tropieza con nada; lo que hay ahí es muy grande —dijo Will con emoción, soltando un grito que acompañaba al esfuerzo de mover la barra para comprobar la amplitud del espacio abierto—. Pero creo que ahora toca lo que podría ser el suelo. En fin, vamos a ensanchar el agujero un poco más. Trabajaron conjuntamente y, en un instante, quitaron ladrillos suficientes para que Will pudiera deslizarse por el agujero de cabeza. Lo hizo y cayó al suelo con un gemido ahogado. —Will, ¿estás bien? —Sí, sólo que hay un poco de altura —contestó—. Es mejor que metas primero los pies, y yo te guiaré. Chester pasó con esfuerzo, pues era más ancho que Will. Una vez dentro, los dos empezaron a mirar a su alrededor. Era una cámara octogonal, cada uno de cuyos lados trazaba un arco que ascendía hasta un punto central que se encontraba a unos seis metros por encima de sus cabezas. En el vértice había lo que parecía una rosa labrada en piedra. Los dos muchachos movían el haz de luz de las linternas sobrecogidos, observando los ornamentos góticos tallados en los muros de ladrillo. También el suelo estaba todo pavimentado con ladrillos. —¡Impresionante! —susurró Chester—. ¿Quién podía esperarse algo así? —Parece la cripta de una iglesia, ¿verdad? —comentó Will—. Pero lo más extraño es que... —¿Sí? —dijo Chester enfocando a Will con la linterna. —Que está completamente seco. Y el aire también se nota seco. No estoy seguro... —¿Has visto, Will? —le interrumpió Chester, pasando la linterna por el suelo y después por la pared que tenía más cerca—. Hay algo escrito en los ladrillos... ¡en todos! Will se volvió de inmediato para examinar la pared más próxima, leyendo la elaborada caligrafía gótica grabada en la superficie de cada ladrillo: —Tienes razón. Son nombres: James Hobart, Andrew Kellogg, William Butts, John Cooper... —Simón Jennings, Daniel Lethbrídge, Silas Samuels, Abe Winterbotham, Caryll Pickering... Debe de haber miles —comentó Chester. Will sacó la maza del cinto y empezó a golpear en las paredes, escuchando el sonido para saber si había algún hueco o pasadizo. Había golpeado metódicamente y sin resultado en dos de las ocho paredes cuando se detuvo de pronto, en apariencia sin razón alguna. Se dio una palmada en la frente y tragó saliva con esfuerzo. —¿Lo has notado? —le preguntó a su amigo. 56