Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
El golpeteo dejó de sonar y ella lo miró sin entender.
—No sé a qué se refiere —dijo, como si el doctor Burrows hubiera sugerido un
comportamiento inmoral.
—Es que he visto a unos tipos bastante raros por esta parte de la ciudad, que
llevan siempre sobretodo y gafas de sol como éstos... —aclaró ante la inquietud de la
anciana.
—Espero que no sean esos delincuentes de los que hablan tanto. Ya no me siento
segura, aunque mi amigo Osear es muy amable. Me viene a ver muchas tardes. Ya
ve, no tengo a nadie por aquí, a nadie de mi familia. Mi hijo se ha ido a América,
¿sabe? Es muy bueno. La empresa para la que trabaja lo mandó a él y a su mujer...
—¿Así que no ha visto personas vestidas con sobretodos como éste? ¿Ni hombres
con el pelo blanco?
—La verdad, señor, es que no sé de qué me habla. —Le dirigió una mirada
inquisidora y siguió sirviendo el té—. Venga a sentarse.
—Los dejaré donde estaban —dijo él, volviendo al sótano.
Antes de subir, no pudo evitar echar un rápido vistazo al piano. Levantó la tapa y
pulsó algunas teclas que emitieron sonidos sordos y metálicos o tañidos
completamente desafinados. Intentó separarlo de la pared, pero como crujió y
amenazó con desmoronarse, tuvo que desistir.
Luego caminó por ambas habitaciones del sótano pisando fuerte en el suelo,
esperando encontrar alguna trampilla. Hizo lo mismo en el jardín, caminando por la
explanada con cuidado de no pisar los platos de plástico, todo bajo la atenta
vigilancia de los gatos de la señora Tantrumi.
Al otro lado de la ciudad, Chester y Will habían vuelto al túnel de los Cuarenta
Hoyos.
—Entonces, ¿qué ha dicho tu padre? ¿Qué piensa que hemos encontrado? —
preguntó Chester mientras Will utilizaba una maza y un cincel para soltar el mortero
que había entre los ladrillos de la misteriosa obra.
—Volvimos a mirar los mapas y no vimos nada. —Estaba mintiendo, porque su
padre no había subido del sótano antes de que él se fuera a la cama, y había salido de
casa por la mañana antes de que Will se levantara—. Ni cañerías ni cloacas ni nada
de ese tipo —siguió, intentando tranquilizar a Chester—. La pared es muy sólida,
esto lo hicieron para que durara. —Ya había quitado dos capas de ladrillo, pero aún
no había llegado al otro lado—. Pero mira, por si acaso yo estoy equivocado y sale
algo a borbotones, quédate en el lado de allá de la sala. Desde allí, la corriente te
llevaría hasta la salida —dijo Will, redoblando sus esfuerzos con la maza y el cincel.
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