Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
separó de la ventana y salió del dormitorio al pasillo. Se detuvo a escuchar: se oían
diversos ronquidos entrecortados. Giró sobre sus pies, calzados con zapatillas, y se
colocó frente a la puerta del dormitorio principal, reconociendo al instante aquel
sonido familiar: su madre dormía. En la calma de la noche, aguzó el oído hasta que
consiguió distinguir la lenta respiración nasal de su padre. A continuación ladeó la
cabeza hacia el dormitorio de Will, y volvió a escuchar hasta que logró percibir el
ritmo peculiar de su respiración, que era rápida y superficial.
—Sí —musitó con un brusco y exultante movimiento de cabeza. Todo el mundo
dormía profundamente. La idea le agradó. Era pues su momento, el momento en que
tenía la casa para ella y podía hacer lo que quisiera. Un momento de calma antes de
que despertaran todos y volviera a dominar el caos. Se estiró y avanzó unos pasos
muy sigilosamente, hasta que llegó a la puerta del dormitorio de Will y pudo atisbar
el interior.
Nada se movía. Como un fantasma que revoloteara por el dormitorio, se acercó al
lado de su cama. Se quedó allí, de pie, mirándolo. Dormía boca arriba, con los brazos
abiertos descuidadamente por encima de su cabeza. A la débil luz de la luna, que se
filtraba por las cortinas medio corridas, examinó su cara. Se acercó un paso más para
colocarse justo encima de él.
«Hay que ver cómo duerme, sin nada que le preocupe», pensó, y se inclinó aún
más sobre la cama. Al hacerlo, descubrió que tenía una débil mancha bajo la nariz.
Examinó centímetro a centímetro a su hermano dormido hasta llegar a sus manos.
«¡Barro!» Estaban cubiertas de barro. ¡No se había preocupado de lavarse antes de ir
a la cama!, y lo que resultaba aún más asqueroso: ¡debía de haberse metido el dedo
en la nariz entre sueños! «Qué cerdo», se dijo entre dientes, muy bajo, pero fue
suficiente para que su hermano oyera algo, porque extendió los brazos y flexionó los
dedos. Tranquilo e inconsciente de la presencia de su hermana, hizo con la garganta
un ruido grave, como de satisfacción, y retorció un poco su cuerpo para cambiar
ligeramente de postura.
—Eres un desperdicio de espacio —susurró ella después, y se volvió a mirar la
ropa sucia que había tirado al suelo. La recogió y salió del dormitorio, en dirección a
la cesta de mimbre donde dejaban la ropa para lavar, que estaba en un rincón del
pasillo. Mientras comprobaba que no hubiera nada en los bolsillos conforme echaba
la ropa en la cesta, encontró en los vaqueros un trozo de papel, que desarrugó pero
no pudo leer en aquella oscuridad.
«No será nada seguramente», pensó metiéndoselo en la bata. Al sacar la mano del
bolsillo, se pilló una uña en la guata. Se mordió el borde partido y caminó hacia el
dormitorio principal. Una vez dentro, se aseguró de que pisaba sólo en los sitios
exactos en los que las baldosas que había bajo la vieja y desgastada alfombra de pelo
largo no crujirían delatando su presencia. Estuvo observando a sus padres
exactamente de la misma manera que había observado a Will, como si intentara
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