Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
desentrañar sus pensamientos. Al cabo de unos minutos, Rebecca había visto todo lo
que quería ver. Cogió la jarra de la mesita de noche y la olió.
«Otra vez su infusión relajante, con unas gotas de coñac.» De puntillas, con la jarra
en la mano, salió del dormitorio y bajó a la cocina, abriéndose paso sin grandes
dificultades en la oscuridad. Dejó la jarra en el fregadero y salió de la cocina para
volver al recibidor. Allí se quedó quieta una vez más, ladeando ligeramente la ca beza
y cerrando los ojos para afinar el oído.
«Está todo tan tranquilo... —pensó—. Así debería ser siempre.» Permaneció allí sin
moverse, como en trance. Luego aspiró lentamente por la nariz para llenarse los
pulmones, mantuvo el aire durante unos segundos, y lo fue soltando por la boca.
Se oyó una tos amortiguada, procedente del piso superior. Con disgusto, Rebecca
dirigió la mirada a la escalera. Habían turbado su paz. Habían roto el hilo de sus
pensamientos.
—¡Estoy tan cansada de todo esto! —dijo con amargura.
Sin hacer ruido, se acercó a la puerta de la calle, quitó la cadena de seguridad, y
luego se dirigió a la sala de estar. Las cortinas estaban completamente abiertas y le
proporcionaban una clara vista del jardín trasero, en el que la luz de la luna, que se
desplazaba lentamente, iba iluminando trozos de vegetación. Sus ojos no se
apartaron ni un instante de aquella vista mientras se sentaba en la butaca de su
madre y se recostaba para seguir contemplando el jardín y el seto que lo separaba de
los terrenos comunales. Y allí permaneció hasta la madrugada, disfrutando de la
soledad de la noche y abrigada con el sudario de una oscuridad como de chocolate.
Observando.
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