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Roderick Gordon - Brian Williams Túneles 7 A altas horas de la noche, Rebecca observaba desde una ventana del piso superior a una oscura silueta que merodeaba en la acera, delante de la casa de los Burrows. La silueta, cuyos rasgos ocultaba una sudadera con capucha y una gorra de béisbol, miraba furtivamente hacia un lado y otro de la calle, y al hacerlo tenía más aspecto de zorro que de ser humano. Tras comprobar que nadie lo veía, se acercó a las bolsas de la basura y, cogiendo la más grande, la rasgó para abrir un agujero en ella y hurgar con las dos manos en su contenido. —¿Crees de verdad que soy tan tonta? —susurró Rebecca, empañando con el aliento el cristal de la ventana de su dormitorio. No estaba en absoluto preocupada, porque siguiendo los consejos contra el robo de datos personales en el área de Highfíeld, destruía siempre meticulosamente todas las cartas oficiales, las tarjetas de crédito o las notificaciones del banco: cualquier cosa que contuviera información sobre los miembros de la familia. En su impaciencia por encontrar algo, el hombre esparcía la basura de la bolsa. Latas vacías, envoltorios de alimentos y una serie de botellas quedaron desparramados por el césped. Cogió un puñado de papeles y se los acercó a la cara, dándoles vuelta en la mano mientras trataba de escrutarlos a la escasa luz de las farolas. —¡Venga! —retó al que revolvía en la basura—, ¡a ver qué es lo que encuentras! Quitando con la mano la grasa y los posos de café de un trozo de papel, lo orientó para verlo mejor a la luz. Rebecca observó cómo leía la carta febrilmente y sonrió cuando él, comprendiendo que no le servía para nada, tensó el brazo en un gesto de disgusto y lo tiró. Rebecca ya había tenido suficiente. Estaba inclinada sobre el alféizar, pero se incorporó para descorrer las cortinas. El hombre percibió la acción y levantó los ojos. La vio y se detuvo. A continuación se volvió a girar para comprobar que no había nadie en ninguno de los dos sentidos de la calle, y se marchó arrastrando los pies y volviéndose a mirar a Rebecca como desafiándola a que llamara a la policía. Furiosa, Rebecca apretó su pequeño puño, sabiendo que le tocaría a ella recogerlo todo por la mañana. ¡Otra tarea tediosa que añadir a la lista! Corrió las cortinas, se 46