Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
doctor Burrows, que estaba arrodillado al borde de la abertura, sólo le llegaban
débiles ecos.
—¿Ya ha...? —preguntó Penny.
—¡Shhh! —la hizo callar con pocos miramientos, dándole un susto al levantar la
mano. Después de un rato, levantó la cabeza y miró a Higochumbo y a Penny
frunciendo el ceño—. No lo he oído tocar fondo —comentó—, pero parecía que
seguía cayendo por los siglos de los siglos. ¿Cómo... puede ser tan profundo?
Entonces, sin preocuparse de la suciedad, se tendió en el suelo y metió cabeza y
hombros por el agujero, lo más adentro que pudo, alumbrando la oscuridad que
tenía debajo con la linterna que sostenía con su brazo extendido. De pronto tuvo frío
y empezó a husmear.
—¡No puede ser!
—¿El qué, Burrows? —preguntó Higochumbo—. ¿Has averiguado algo?
—Tal vez me equivoque, pero juraría que sube una corriente de aire —dijo
sacando la cabeza del agujero—. El motivo no acierto a comprenderlo, a menos que
todo el conjunto de viviendas fuera construido con algún tipo de ventilación entre
cada casa. Pero que me aspen si entiendo por qué tendrían que hacerlo. Lo más
curioso es que el conducto... —Se dio la vuelta para ponerse boca arriba, y apuntó la
linterna hacia lo alto, por encima del espacio abierto—, parece seguir hacia arriba,
justo detrás de la chimenea normal. Me imagino que también sale al tejado, como
parte del cañón de la chimenea.
Lo que el doctor Burrows no les dijo (no se atrevió, porque habría parecido
demasiado descabellado) era que además había percibido aquella peculiar sensación
de humedad y el mismo olor a moho que había notado el día anterior en High Street
al chocar con el «hombre de sombrero».
En el túnel, por fin, Will y Chester hacían progresos. Estaban cavando por debajo
de la roca de piedra arenisca cuando el pico de Will dio contra algo sólido.
—¡Maldita sea!, ¡no me digas que la roca continúa también por aquí debajo! —
gritó exasperado. Chester dejó caer la carretilla y llegó corriendo desde la sala.
—¿Qué pasa? —preguntó, sorprendido del arrebato de su amigo.
—¡Mierda, mierda, mierda! —gritaba Will, picando violentamente contra el
obstáculo.
—¿Qué ocurre? —repitió Chester. Estaba sorprendido porque nunca había visto a
Will perder la calma de aquella manera. Parecía endemoniado.
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