Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—¡Vamos, hombre! Se trata de una misión especial, ya sabes. Quiero tener tu
opinión. Mi hija y su nuevo maridito se han comprado una casa pegando a High
Street. Están haciendo obras en la cocina y han encontrado algo... algo extraño.
—¿Extraño en qué sentido? —preguntó el doctor Burrows, aún molesto por la
intrusión.
—Un extraño agujero en el suelo.
—¿No es más lógico que se lo comenten a los albañiles?
—No se trata de eso, amigo. No van por ahí los tiros.
—¿No? —preguntó con curiosidad repentina.
—Es mejor que vengas a echar un vistazo, amigo. Tú te conoces la historia de los
alrededores al dedillo, por eso pensé inmediatamente en ti. «Es el mejor hombre para
esta misión», le dije a mi Penny. «Ese tipo realmente sabe de lo que habla», eso le
dije.
Al doctor Burrows le gustó la idea de ser considerado el experto en historia local,
así que se puso en pie e, imbuido de su propia importancia, se colocó la chaqueta.
Tras cerrar el museo, mantuvo el veloz paso de Higochumbo por High Street, y
pronto doblaron por Jekyll Street. Higochumbo sólo habló una vez, cuando doblaron
otra esquina para entrar en la plaza Martineau:
—Esos perros... La gente no debería dejarlos sueltos —refunfuñó mientras
entrecerraba los ojos ante unos papeles que el viento llevaba por los aires—. Tienen
obligación de llevarlos con correa.
Entonces llegaron a la casa:
El número 23 era un adosado idéntico a todos los demás que formaban los cuatro
lados de la plaza, construidos en ladrillo con las características típicas del estilo
georgiano temprano. Aunque las casas eran muy estrechas y sólo tenían un cachito
de jardín en la parte de atrás, al doctor Burrows le habían gustado en las ocasiones en
que había pasado por allí, y le agradó tener la oportunidad de entrar en una.
Higochumbo golpeó en la original puerta georgiana de cuatro cuarterones con
fuerza suficiente como para derribarla. El doctor Burrows se estremecía con cada
golpe. Una mujer joven abrió la puerta, y su rostro se alegró al ver a su padre.
—Hola, papá. Así que lograste que viniera. —Se volvió hacia la visita con una
sonrisa de persona tímida—. Venga a la cocina. Tenemos bastante jaleo, pero
prepararé un té —dijo cerrando la puerta.
El doctor Burrows siguió a Higochumbo, que pisaba sin miedo las sábanas que
había extendidas para que no se manchara el suelo del oscuro pasillo. El papel de las
paredes estaba medio arrancado. Llegados a la cocina, la hija de Higochumbo se
volvió hacia el doctor Burrows:
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