Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
Tras terminar de cenar a toda prisa, Will salió de la sala sin decir una palabra, dejó la bandeja en el fregadero y subió la escalera a saltos, aprisionando entre las manos una bolsa de tela llena de descubrimientos recientes. El doctor Burrows fue el siguiente en abandonar la sala y dirigirse a la cocina, en cuya mesa colocó la bandeja. Aunque no había terminado aún su cena, Rebecca siguió a su padre.
— Papá, hay que pagar un par de facturas. El talonario de cheques está en la mesa.
—¿ Tenemos suficientes fondos en la cuenta?— preguntó él mientras garabateaba su firma en los cheques, sin preocuparse de mirar la cantidad.
— La semana pasada te dije que conseguí mejores condiciones con el seguro de la casa. Nos ahorramos unos peniques en la prima.
— Bueno... muy bien. Gracias— dijo su padre cogiendo la bandeja y volviéndose hacia el lavavajillas.
— No te preocupes, déjalo ahí— le dijo Rebecca, acercándose al lavavajillas con instinto protector. La semana anterior lo había sorprendido intentando programar su amado microondas por el procedimiento de apretar furiosamente todas las teclas en secuencias azarosas, como si tratara de desentrañar algún código secreto. Desde entonces, ella se aseguraba de desenchufar todos los electrodomésticos importantes.
Cuando el doctor Burrows salió de la cocina, Rebecca metió los cheques en sobres y se sentó para preparar la lista de la compra del día siguiente. A la tierna edad de doce años, ella era el motor que ponía en funcionamiento la casa de los Burrows. No sólo se encargaba de hacer la compra, sino también de organizar las comidas, supervisar a la mujer de la limpieza y hacer todo aquello de lo que, en cualquier otra casa, se encargan los padres.
Decir que Rebecca era meticulosa sería quedarse muy corto. En el tablero de la cocina colgaba una programación de todo lo que se necesitaba al menos en los siguientes quince días. En uno de los armarios de la cocina guardaba un archivo que contenía todas las facturas y documentos relativos a la economía familiar, cuidadosamente clasificados. Y la marcha de la casa sólo empezaba a fallar en las ocasiones en que la chica estaba ausente. Entonces los tres, el padre, la madre y Will tenían que subsistir con la comida que Rebecca les hubiera dejado en la nevera, sirviéndose cuando les apetecía como una manada de lobos hambrientos. Cuando regresaba a casa tras esas ausencias, Rebecca volvía a instaurar el orden perdido sin la menor queja, como si aceptara que su misión en la vida consistía en servir a los otros miembros de su familia.
Mientras en la sala de estar la señora Burrows cogía un mando para comenzar su maratón nocturna de culebrones y cotilleos, Rebecca recogía la cocina. Hacia las nueve en punto terminó la tarea y, sentándose ante la mitad de la mesa de la cocina que no estaba ocupada con los numerosos tarros vacíos de café que el doctor Burrows siempre decía que iba a utilizar, dio por concluidas las labores del hogar.
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