Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Will se apresuró a levantar su esfera de luz.
—¡Eh! —chilló, tratando de protegerse de la luz.
Will abrió y cerró los ojos varias veces sin poder creérselo: era Chester, con las
mejillas tiznadas y surcadas por rastros de lágrimas. Hubo un momento de silencio y
un grito ahogado en el instante en el que Chester reconoció a su amigo, y en su rostro
apareció una amplia sonrisa. Era un rostro exhausto, que había perdido la saludable
carnosidad de los mofletes, pero no había posibilidad de error.
—Hola, Chester —dijo Will, dejándose caer al lado de su viejo amigo.
—¿Will? —gritó el chico, incrédulo. Y a continuación, con toda la potencia de sus
pulmones, volvió a gritar—: ¡Will!
—¡No creerías que te iba a abandonar!, ¿verdad? —gritó a su vez Will, que en ese
momento comprendía lo que tenía Imago en mente al decirles que no se preocuparan
por él. Sabía que Chester iba a ser desterrado, enviado a las Profundidades en aquel
mismo tren. Sí, aquel pillo astuto lo había sabido todo el tiempo.
Era imposible hablar con todo el ruido que producía la locomotora y el estrépito
del tren, pero Will estaba contento por tener a su lado a Chester. Sonrió emocionado,
pues su amigo estaba a salvo. Se recostó contra el extremo del vagón y cerró los ojos,
con un intenso sentimiento de alegría al comprobar que, después de las agonías y
pesadillas vividas, algo había salido bien, algo funcionaba. ¡Chester estaba a salvo!
Eso era lo más importante en el mundo.
Y, además, iban al encuentro de su padre, en la mayor aventura de su vida, en un
viaje hacia tierras desconocidas. El doctor Burrows era la única persona de su vida
pasada a la que podía aferrarse. Will estaba decidido a encontrarlo, dondequiera que
estuviera. Cuando lo lograra, todo volvería a su cauce. Estarían bien: él, Chester y
Cal, todos juntos con su padre. Esa idea brillaba ante él como un faro.
De repente, el futuro ya no parecía tan espantoso.
Will abrió los ojos y se acercó al oído de Chester:
—¡Mañana no hay colé! —le gritó.
Se echaron a reír; pero sus risas quedaron ahogadas por el ruido del tren, que
continuaba ganando velocidad, vomitando humo negro y alejándose de la Colonia,
de Highfield y de todo cuanto conocían, acelerando su marcha hacia el corazón de la
Tierra.
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