Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 312

Roderick Gordon- Brian Williams Túneles
Los muchachos se miraron y asintieron con la cabeza.— Estamos seguros— confirmó Will—. Pero ¿ y Chester...?
— Os he dicho que no os preocupéis por él— dijo Imago con una sonrisa desdeñosa.
Como si aporrearan mil tambores, la cámara retumbaba con el estrépito del tren que se acercaba.
— Haced lo que os diga exactamente. Hay que hacerlo en el momento preciso, así que cuando yo diga que saltéis, saltáis— explicó Imago.
La cámara se llenó con el olor acre del azufre. Luego, cuando el ruido producido por la locomotora alcanzó la máxima intensidad, un chorro de hollín subió por el agujero como un geiser. A Imago le dio en plena cara, se la manchó de negro y le obligó a cerrar los ojos. Todos tosieron mientras el humo espeso, fuerte y picante llenaba la cámara y los envolvía.
— Preparados... listos...— gritó Imago, tirando las mochilas a la oscuridad—.¡ Salta, Cal!— Como dudó una fracción de segundo, Imago lo empujó. Cayó al pozo, lanzando un aullido de sorpresa.
—¡ Salta, Will!— volvió a gritar Imago, y Will se dejó caer.
Las paredes del pozo salieron disparadas hacia arriba, y él se hundió en un torbellino de ruido, humo y oscuridad agitando brazos y piernas. Se quedó sin respiración con el golpe de la caída, y una luz muy blanca se encendió a su alrededor, algo que no podía comprender en absoluto. Sobre él parecían saltar unos puntos de luz, como estrellas fugaces, y por un instante pensó seriamente en la posibilidad de haber muerto.
Se quedó quieto, escuchando el rítmico golpeteo de la locomotora en algún punto delante de él y el trepidante girar de las ruedas mientras el tren cogía velocidad. Sentía el viento en el rostro y veía las volutas de humo pasar por encima de él. No, aquello no podía ser ninguna especie de cielo: ¡ estaba vivo!
Resolvió quedarse inmóvil por un momento, mientras comprobaba que no tenía huesos rotos que añadir a su ya importante lista de heridas. Por increíble que fuera, aparte de algunos rasguños, todas las partes de su cuerpo parecían hallarse intactas y dispuestas a funcionar.
Permaneció allí tendido. Si aquello no era la muerte, no podía encontrar explicación a la brillante luz que lo rodeaba por todas partes, como una aurora en miniatura. Se incorporó sobre un codo.
Incontables esferas de luz, del tamaño de canicas grandes, rodaban por el suelo lleno de arena del vagón, chocando y rebotando unas contra otras en su azaroso recorrido. Algunas quedaban atrapadas en las ranuras del suelo y se oscurecían
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