Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 311

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles Pensó en su casa, y le vino a la mente el recuerdo de tantas mañanas de sábado viendo la televisión. Momentos felices, de normalidad: su madre en la cocina preparando el desayuno, el olor de la comida, su padre preguntando desde el piso superior si ya estaba listo. Era como si recordara otra vida diferente, la vida de otra persona en otro tiempo, en otro siglo. «No los volveré a ver nunca. Se han ido... Todo se ha acabado... ¡para siempre!» Con la cabeza gacha, sentía el cuerpo desmadejado al ser plenamente consciente de lo que le esperaba: «Voy a morir.» Era presa de una desesperación total. Como si se hubiera quedado paralizado, el aliento afloró a sus labios lentamente, expulsando un involuntario sonido animal, a medio camino entre el gemido y el aullido. Un espantoso y aterrorizado sonido de resignación, de abandono. Contuvo la respiración durante un lapso de tiempo que le pareció interminable, boqueando como un pez varado en la orilla. Los pulmones le dolían por la falta de aire, hasta que finalmente todo el cuerpo respondió con una sacudida. Aspiró con dolor a través de la tela casi impermeable de la capucha. Levantando la cabeza, pronunció un último grito de desesperación: —¡Wiiiiiiiiiill! Will se sorprendió al descubrir que había vuelto a dormirse. Se despertó, desorientado y sin idea de cuánto tiempo había dormido, al oír una vibración lejana, amortiguada. No podía saber de qué se trataba, y de todos modos era incapaz de pensar en otra cosa que la decisión de bajar a las Profundidades. Era como si estuviera inmerso en una pesadilla. Vio a Imago agachado junto al pozo, escuchando e inclinando la cabeza en dirección al sonido. Entonces lo oyeron todos claramente: el estruendo distante se iba haciendo más fuerte a cada segundo hasta que retumbó en la cámara. A una seña de Imago, Will y Cal se acercaron al agujero y se prepararon. Mientras se sentaban con las piernas colgando por el borde, Imago, a su lado, inclinaba la cabeza y los hombros hacia el interior del pozo, descolgándose todo lo que podía. —¡Disminuye la marcha: es porque está tomando la curva! —le oyeron gritar, y el ruido se hizo más y más fuerte, hasta provocar una vibración en toda la cámara—. ¡Aquí llega! ¡A la hora exacta! Se levantó, mirando los raíles mientras se arrodillaba entre los dos chicos. —¿Estáis seguros de vuestra decisión? —les preguntó. 311