Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—¡Ah, sí, qué bueno...! —exclamó Imago riéndose al recordar el episodio—. Fue
idea de vuestra madre, la verdad. En los Rookeries cogimos suficientes sapos para
llenar un barril. Los pirados suelen comérselos para colocarse. Es una costumbre
bastante peligrosa. Si se pasan les derrite el cerebro. —Imago levantó las cejas—.
Sarah y Tam llevaron los sapos a la iglesia y los soltaron justo antes de que
comenzara el oficio. Tendríais que haberlo visto... Un centenar de esos bichos
viscosos saltando por todas partes... la gente corriendo y gritando, y al predicador no
se le oía entre tantos graznidos... ¡brup, brup, brup! —El corpulento Imago se
estremecía riéndose en silencio, pero luego frunció el entrecejo y fue incapaz de
proseguir.
Como hablaban de su madre auténtica, Will había hecho esfuerzos por escuchar,
pero estaba demasiado cansado y preocupado. Pensaba sobre todo en la grave
situación en la que se encontraban, y le asustaba el compromiso que acababa de
adquirir: un viaje a lo desconocido. ¿Estaba realmente preparado? ¿Hacía lo que le
convenía a él y a su hermano?
Salió de su introspección al oír que Cal interrumpía de repente a Imago, que
acababa de comenzar otra historia.
—¿No crees que podría haberlo logrado? —le preguntó Cal—. Ya sabes... escapar...
Imago apartó la vista de él rápidamente y comenzó a dibujar algo en el polvo con
el dedo, como ausente, porque se había quedado sin palabras. Y en el silencio que
siguió, el intenso pesar afloró de nuevo al rostro de Cal.
—No puedo creer que ya no esté. ¿Qué será de mí?
—Toda su vida luchó contra ellos —dijo Imago con la voz tensa—. No era ningún
santo, eso está claro, pero nos dio algo importante: esperanza. Y eso hacía las cosas
más llevaderas. —Se detuvo con los ojos fijos en algún punto distante, detrás de la
cabeza de Cal—. Tras la muerte de Crawfly habrá purgas... Y la represión será como
no se ha visto jamás. —Cogió una perla de cueva y se puso a examinarla—. Pero no
volvería a la Colonia aunque pudiera. Supongo que ahora todos somos vagabundos
sin hogar —dijo tirando con el pulgar al aire la perla, que con total precisión cayó en
el centro justo del pozo.
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