Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 299

Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
Durante unos seis metros, el agujero descendía casi verticalmente, y luego empezaba a nivelarse, estrechándose aún más, de manera que había que avanzar arrastrándose. Cal y Will seguían a Imago, avanzando despacio y oyendo los gruñidos y esfuerzos que hacía el hombre para desplazarse, con la mochila de Will delante de él. Este se preguntaba qué harían si el guía se quedaba atascado, cuando llegaron al final y pudieron volver a ponerse en pie.
Al principio Will no pudo distinguir gran cosa a través de su máscara destartalada, con uno de los cristales de los ojos roto y el otro empañado por la condensación del aire. Sólo cuando Imago se quitó la máscara y les dijo que podían hacer lo mismo, Will vio dónde estaban.
Era una cámara de poco más de nueve metros de largo y con forma de campana casi perfecta, con paredes toscas de carborundo. En el medio de la cámara colgaban algunas pequeñas estalactitas de color grisáceo, justo encima de una plancha redonda de metal, que estaba colocada en el centro del suelo. Mientras avanzaban arrastrando los pies por los bordes de la cámara, las botas esparcían montones de bolitas lisas que había en el suelo, que eran de color amarillo sucio y cuyo tamaño variaba desde el de un guisante hasta el de canicas grandes.
—« Perlas de cueva »— murmuró Will, recordando las fotos que había visto de ellas en uno de los libros de su padre. A pesar de su estado de ánimo, inmediatamente buscó con la mirada rastros de agua corriente, un elemento necesario para que las perlas pudieran formarse. Pero las paredes y el suelo parecían tan secos y áridos como el resto del Laberinto. Y el único acceso posible que se veía era el pasadizo por el que habían llegado a rastras.
Imago observaba a Will, y contestó a la pregunta que el chico no había enunciado:
— No te preocupes... Aquí estaremos seguros por un rato— dijo, sonriendo ampliamente para transmitir confianza—. A este sitio lo llamamos el Caldero.
Mientras Cal, cansado, daba un traspié en el otro extremo de la cámara y se deslizaba en la pared con la cabeza gacha, Imago volvió a dirigirse a Will:
— Tendría que echarle un vistazo a ese brazo.
— No es nada— contestó Will. No era sólo que quisiera que lo dejara en paz, sino también que tenía demasiado miedo de descubrir lo grave que podía ser la herida.
— Vamos— dijo Imago con firmeza, indicándole con un gesto que se acercara—. Podría infectarse. Habrá que vendarlo.
Rechinando los dientes, el chico aspiró hondo y, con rigidez y torpeza, se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. La tela de la camisa se le hundía en las heridas, e Imago tuvo trabajo para retirarla poco a poco, empezando por el cuello y desprendiéndola hacia la muñeca. Will se mareaba al mirar, no podía evitar los gestos de dolor cuando las heridas frescas quedaban al descubierto y veía la sangre manar y correrle por el brazo ya ensangrentado.
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