Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 293

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles —Era un príncipe —dijo. Le dio unas palmadas de consuelo a su sobrino en la espalda antes de adelantarse para consultar con Imago en voz muy baja—: ¿Crees que deberíamos escondernos y esperar? —No, es mejor darse prisa. —La voz de Imago sonaba tranquila y lenta—. La división sabe que los chicos siguen aquí, en algún lugar, y en muy poco tiempo la ciudad estará llena de patrullas. —Entonces seguimos la marcha—dijo Tam, coincidiendo con él. Los cuatro salieron en fila de la estancia y recorrieron una columnata hasta que Imago saltó por encima de un muro y bajando por un resbaladizo terraplén se metió en un canal. Los chicos lo siguieron, metiéndose en el agua estancada, que les cubría hasta el muslo. El espesor de las algas negras y pegajosas dificultaba sus movimientos. Caminaron con esfuerzo, levantando aletargadas burbujas que subían y se aglutinaban en la superficie. Aunque llevaban puestas las máscaras, el hedor de la vegetación podrida los ahogaba. El canal se convirtió en una cloaca subterránea, y los cuatro se internaron en la oscuridad. El ruido de las salpicaduras retumbaba a su alrededor. Tras lo que les pareció una eternidad, volvieron a salir al aire libre. Imago les hizo un gesto para que se detuvieran, y a continuación subió por la pared del canal, salió del agua y se internó en la niebla. —Este es un trozo peligroso —susurró Tam como advertencia—. Es campo abierto. Tened los ojos bien abiertos y no os separéis. Imago no tardó en volver y hacerles señas. Salieron todos del agua con las botas y los pantalones empapados y atravesaron el terreno cenagoso, con la ciudad por fin a su espalda. Subieron una cuesta y llegaron a una especie de meseta. Will se puso loco de alegría cuando vio delante las aberturas en el muro de la caverna y comprendió que habían llegado a la entrada del Laberinto. ¡Lo habían conseguido! —¡Macaulay! —gritó una voz dura. Se pararon en seco y se dieron la vuelta. La niebla no era tan espesa allí arriba, y entre sus flecos vieron una figura solitaria. Era un styx. Estaba allí, alto y arrogante, con los brazos cruzados por delante del angosto pecho. —Bien, bien, bien. Es curioso cómo las ratas siguen siempre la misma senda... — gritó. —Crawfly —dijo Tam con frialdad mientras empujaba a Cal y a Will para que fueran con Imago. —... y dejan tras de sí un rastro de grasa y peste. Sabía que te atraparía un día. Sólo había que tener paciencia. Crawfly abrió los brazos y los agitó como látigos. A Will le dio un vuelco el corazón cuando vio aparecer en sus manos dos cuchillas brillantes. Curvadas y de unos quince centímetros de largo, eran como pequeñas hoces. 293