Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
—¿ Qué le ha sucedido? ¿ Está bien?— preguntó Will, reanimándose ante la mención del nombre de su amigo.
— Está vivo, al menos por ahora. Ya hablaremos de eso más tarde. Pero ahora, Imago, sería mejor que nos esfumáramos.
El enorme bulto de Imago apareció de entre las sombras moviéndose con una inesperada ligereza. Al escrutar las oscuras sombras que los rodeaban, su máscara suelta se balanceaba, como un globo medio deshinchado expuesto al viento. Se echó al hombro la mochila de Will como si no pesara nada y se puso a andar. Los demás se limitaron a seguirlo. La huida se convirtió entonces en un juego de imitar al rey, con la sombra de Imago guiándolos por entre los miasmas y los obstáculos imprevistos. Tam cerraba la marcha. Pero los chicos estaban tan contentos de encontrarse bajo la protección de Tam que casi olvidaron el aprieto en el que se encontraban. Se sentían de nuevo seguros.
Imago llevaba en el cuenco de la mano una esfera de luz, que a duras penas iluminaba para moverse por el difícil terreno. Atravesaron corriendo una serie de patios encharcados, y dejaron la niebla atrás mientras entraban en un edificio circular, marchando a un paso asombroso por corredores flanqueados por estatuas y muros pintados con frescos descascarillados. Corrieron por el barro que cubría los resquebrajados suelos de mármol, estancias abandonadas y salones llenos de piezas ruinosas, y luego subieron en volandas una escalinata de granito negro. Subieron más y más hasta salir de nuevo a un espacio abierto. Atravesando corredores de piedra fracturada, que habían perdido largas secciones de balaustrada, Will miraba hacia abajo desde una altura de vértigo y captaba fragmentos de la ciudad que tenía a sus pies, entre la niebla. Algunos de aquellos corredores eran tan estrechos que Will tenía miedo de que, si dudaba, pudiera caer al vacío y encontrar la muerte en el falso colchón de niebla. Seguía avanzando, depositando toda su confianza en Imago, que no titubeaba un instante, su voluminosa figura avanzaba sin descanso, provocando a su paso pequeños remolinos de la niebla.
Finalmente, después de bajar a la carrera varias escaleras, entraron en una gran estancia en la que resonaba el gorjeo del agua. Imago se detuvo. Parecía estar a la escucha de algo.
—¿ Dónde está Bartleby?— le preguntó Tam a Cal en un susurro mientras esperaban.
— Nos ha salvado de un perro rastreador— respondió el chico, desconsolado, agachando la cabeza—. Y ya no nos ha seguido. Supongo que el perro lo habrá matado.
Tam le pasó un brazo por la espalda y lo estrechó en un abrazo.
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