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Roderick Gordon - Brian Williams Túneles sol de nuevo y volviendo sólo ligeramente la cabeza para dirigirle un gesto despectivo. El conservador del museo se quedó atónito: había chocado con uno de los «hombres de sombrero». En los últimos tiempos había empezado a notar que entre la población de Highfield había un tipo de personas que parecían... en fin, diferentes, pero sin llegar a ser demasiado llamativos. Como acostumbraba a mirar a la gente, tras analizar la situación, había llegado a la conclusión de que aquellas personas estaban relacionadas unas con otras de alguna manera. Lo que más le sorprendía era que, cuando sacaba el tema en alguna conversación, parecía que nadie más en la zona de Highfield se había fijado en aquellos hombres bastante peculiares, de rostro inclinado, que llevaban visera, sobretodo negro y gafas de sol muy gruesas. Al chocar con aquel hombre y descolocarle ligeramente las gafas de sol de color negro azabache, había tenido por primera vez la ocasión de ver de cerca a uno de esos especímenes. Además de la cara extrañamente inclinada y el pelo ralo, tenía los ojos azules muy claros, casi blancos, y una piel pálida, transparente. Pero había algo más: aquel hombre olía de una manera peculiar, como a moho. Al doctor Burrows le recordó el olor de las maletas con ropa vieja que a veces dejaba en la escalera del museo algún benefactor anónimo. Observó cómo bajaba con paso decidido por High Street y se alejaba hasta que ya no pudo distinguir ningún detalle. Entonces cruzó por la calle otro viandante, cortándole el campo visual. En ese instante, el «hombre de sombrero» desapareció. El doctor Burrows entrecerró los ojos, buscándolo, pero aunque las aceras no estaban llenas de gente, y por mucho que lo intentó, lo había perdido de vista de forma irremediable. Pensó después que debería hacer el esfuerzo de seguir a aquel «hombre de sombrero» para ver adonde se dirigía. Pero, siendo una persona apacible, al doctor Burrows le desagradaba cualquier forma de confrontación, y razonó para sí que no era buena idea dado el talante hostil del individuo. De esa forma, abandonó todo propósito detectivesco. Además, cualquier otro día podía averiguar dónde vivía aquel hombre y quizá toda la familia de clones con sombrero. Cuando se sintiera un poco más intrépido. Bajo tierra, Will y Chester se turnaban para bregar con la roca, que Will había identificado como un tipo de piedra arenisca. Se alegraba de haber reclutado a Chester para que le ayudara con la excavación, porque tenía maña con el trabajo. Admirado, observaba cómo manejaba el pico, golpeando con una fuerza inmensa y cómo, en cuanto conseguía abrir una grieta, sabía exactamente cuándo desprender la parte suelta, que luego Will se apresuraba a depositar en una espuerta. 29