Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—¡Ah! —exclamó Chester, preguntándose por qué habían empezado a hablar del
asunto. Will se levantó de un salto.
—Venga, coge un pico, cuatro espuertas y una carretilla, y sígueme por aquí abajo.
—Señaló uno de los oscuros túneles—. Tengo un pequeño problema con una roca.
Mientras tanto, en la superficie, el doctor Burrows volvía a casa con paso decidido.
Le gustaba volver a casa caminando, porque podía pensar en sus cosas durante los
dos kilómetros largos de recorrido, y además se ahorraba e l billete del autobús.
A la puerta del puesto de prensa se detuvo, interrumpiendo bruscamente su
caminar. Dudó un instante y luego giró noventa grados, y entró.
—¡Doctor Burrows! Ya me pensaba que no volveríamos a verlo —dijo el hombre
que estaba tras el mostrador levantando la mirada del periódico que tenía
desplegado ante él—. Creí que se habría ido a dar la vuelta al mundo en un crucero,
o qué sé yo.
—Nada de eso —contestó el doctor Burrows, tratando de apartar los ojos de los
Snickers, Mars, Walnut Whips y demás golosinas tentadoramente expuestas delante
de él.
—Le hemos guardado lo suyo —dijo el de la tienda agachándose detrás del
mostrador y sacando una pila de revistas—. Aquí las tiene: Excavación, la Gaceta
Arqueológica y el Mensual del Conservador. Todo correcto, ¿no es así?
—Perfecto —respondió buscando la cartera—. ¡Ya veo que no se las ha llevado
nadie!
—Créame que por aquí estos títulos no tienen una gran demanda —dijo el hombre
mientras le cogía un billete de veinte libras—. Parece que ha estado excavando —
comentó el tendero al verle las uñas sucias—. ¿En una mina de carbón?
—No —respondió Burrows observando la suciedad que tenía incrustada en las
uñas—. En realidad, he estado haciendo un poco de bricolaje en el sótano de mi casa.
¡Menos mal que no me las muerdo!
Salió de la tienda con sus nuevas lecturas, intentando meterlas en el bolsillo lateral
del maletín mientras empujaba la puerta. Seguía lidiando con las revistas cuando, al
salir a la calle, al no mirar, tropezó con alguien que caminaba con mucha prisa.
Ahogó un grito al separarse del hombre bajo pero de complexión muy recia con el
que había chocado, a resultas de lo cual se le habían caído el maletín y las revistas. El
otro, tan firme y potente como una locomotora, siguió su camino como si no hubiera
advertido lo sucedido. Burrows tartamudeó tratando de llamarlo para pedirle
disculpas, pero el hombre siguió con su paso decidido, colocándose bien las gafas de
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