Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 286

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles Fue como si Will despertara. Dio un grito e hizo volverse a Cal, sacándolo de su aturdimiento. Entonces empezaron a correr, volviendo a internarse en la niebla. Sus piernas se movían desesperadamente. Corrieron más y más, incapaces de saber cuánto terreno recorrían por entre sudarios de niebla. Tras ellos oían el salvaje ladrido del perro y los gritos de los styx. Ninguno de los dos tenía ni idea de adonde se dirigían, porque lo único que les preocupaba era poner tierra de por medio. No tenían tiempo de pensar: el pánico les helaba el cerebro. Entonces Will se acordó de los fuegos artificiales. Le gritó a Cal que siguiera corriendo mientras él aminoraba la carrera para encender la mecha azul de un cohete grande. Sin estar del todo seguro de si lo había encendido o no, lo apoyó a toda prisa contra una piedra labrada, apuntando en dirección a sus perseguidores. Corrió unos metros y volvió a pararse. Accionó la piedra del encendedor, pero esta vez la llama se negó a salir. Echando pestes, lo intentó una y otra vez, desesperado. Nada: sólo saltaban unas chispas. Lo agitó como les había visto hacer a los Grises tan a menudo en el colegio, cuando encendían sus cigarrillos prohibidos. Respiró hondo y volvió a girar la ruedecilla. ¡Sí! La llama era pequeña, pero suficiente para prender la mecha del cohete, que era una batería de bombas que estallaban en el aire. Pero ahora los gruñidos, los ladridos y las voces estaban muy cerca. Se puso demasiado nervioso y el cohete terminó en el suelo. —¡Will, Will! —oyó delante de él. Se dirigió en dirección de la llamada, pero le enervaba que Cal hiciera tanto ruido, aunque sabía que si no fuera así no podría encontrarlo. Will iba corriendo a toda máquina, cuando alcanzó a su hermano y casi lo derriba al suelo. Corrían los dos como locos cuando oyeron estallar el primer cohete. Silbó en todas direcciones y sus colores abrieron una multitud de heridas en la niebla, antes de terminar con dos truenos ensordecedores. —¡No te pares! —le pidió a Cal, que se había dado de cabeza contra un muro y estaba un poco aturdido—. ¡Vamos, por aquí! —dijo tirando del brazo de su hermano y sin dejarle pensar en su herida. Los fuegos de artificio continuaron, estallando en bolas de luz en lo alto de la caverna o trazando arcos poco elevados que iban a morir entre las calles de la ciudad. Por un instante dibujaban el contorno de los edificios, convirtiéndolos en algo parecido 4 la escenografía de un espectáculo de sombras chinescas. Cada uno de los rayos iridiscentes culminaba en un estallido deslumbrante y un cañonazo, retumbando una y otra vez en la ciudad como una tormenta de truenos. De vez en cuando, Will se paraba a encender otro cohete, de la clase que fuera, y lo colocaba en alguna pared de piedra o lo tiraba al suelo con la esperanza de confundir a la patrulla sobre su situación. Los styx, si es que todavía los seguían, verían su orientación mermada por el barullo de fuegos, y en cuanto al perro, esperaba que al menos el olor del humo sirviera para hacerle perder el rastro. 286