Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 283

Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
Cal sujetó a Bartleby mientras Will le ataba una cuerda al cuello. En aquellas condiciones, no podían permitir que se fuera por ahí de paseo.
— Será mejor que te agarres a mi mochila para que no nos separemos. Y pase lo que pase, no sueltes al gato— le ordenó Will a su hermano al dar los primeros pasos en la niebla, descendiendo lentamente y penetrando en ella como buzos. Pronto no pudieron ver más allá de medio metro de distancia. Ni siquiera se veían las botas, y tenían que comprobar el terreno antes de aventurarse a dar un paso.
Afortunadamente, bajaron sin percances hasta el final de la escalera, y al llegar a la ciénaga repitieron el ritual de untarse con las algas, embadurnándose uno al otro de hedionda porquería, esta vez para enmascarar los olores del Londres de la Superficie.
Por la orilla de la ciénaga, se encontraron con la muralla de la ciudad y la bordearon. La visibilidad se hacía incluso más escasa, y les costó mucho tiempo dar con una entrada.
— Un arco— susurró Will, deteniéndose tan de repente que su hermano casi cae sobre él. La antigua estructura se apareció ante ellos brevemente, y luego volvió la niebla y dejaron de verla.
—¡ Ah, bien!— contestó Cal, sin un ápice de entusiasmo.
Una vez intramuros, tuvieron que ir avanzando muy despacio por las calles de la ciudad, casi pisándose los talones para estar seguros de que no se separaban en aquellas terribles condiciones. La niebla casi se podía palpar de tan espesa, y se agitaba sin parar por la acción del viento, pero se aclaraba por momentos, dejándoles entrever un fragmento de muro, un trecho de suelo empapado o los brillantes adoquines bajo los pies. El chapoteo de las botas en las algas y su dificultosa respiración a través de la máscara les sonaban preocupantemente estrepitosos. La manera en la que la niebla giraba y jugaba con sus sentidos hacía que todo les pareciera muy cercano y, al mismo tiempo, muy lejano.
Cal agarró del brazo a Will, y se detuvieron. Empezaban a oír otros ruidos a su alrededor, diferentes de los que hacían ellos. Al principio, vagos e indistintos, estos ruidos fueron haciéndose cada vez más fuertes. Mientras escuchaba, Will podía jurar que había percibido un áspero susurro, tan cercano que se estremeció. Retrocedió un par de pasos tirando de Cal, convencido de que ya había ocurrido lo que más temía: que se iban a dar de narices con la división styx. Sin embargo, Cal juraba que no había oído nada en absoluto, y después de un rato reanudaron nerviosos la marcha.
Entonces, desde la distancia, llegó el aterrador aullido de un perro. Esta vez no había lugar a dudas. Cal sujetó la correa de Bartleby con más fuerza, mientras el gato levantaba el hocico y enderezaba las orejas. Aunque ninguno dijo nada al otro, los dos pensaban lo mismo: que la necesidad de atravesar la ciudad lo más rápido que pudieran era cada vez más acuciante.
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