Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
sorprendente agilidad. Después Cal volvió a tirar la cuerda para Will, que se internó
en las sombras subiendo por ella. En cuanto llegó arriba, dio saltos para sacudirse el
agua y entrar en calor.
A continuación se deslizaron por la rampa convexa como en un trampolín,
aterrizando con un impacto en el borde que marcaba el comienzo de las rudas
escaleras. Antes de bajar, le quitaron a Bartleby con cuidado toda la ropa de punto y
la dejaron en un saliente: no podían permitirse llevar peso muerto. Will no tenía ni
idea de qué iba a hacer cuando estuvieran de vuelta en la Colonia, pero sabía que
tenía que actuar de la manera más práctica posible... Tenía que ser como Tam.
Se pusieron la máscara de gas del ejército, se miraron uno a otro por un instante,
movieron la cabeza de arriba abajo en señal de acuerdo, y con Cal a la cabeza
comenzaron el largo descenso.
Al principio la marcha fue ardua: la escalera era resbaladiza a causa de la
constante agua que caía y, llegados más abajo, por la alfombra de algas negras. Al
seguir a Cal, Will se daba cuenta de que recordaba muy poco de la ascensión, sin
duda porque para entonces la enfermedad ya se había apoderado de él.
En lo que les pareció un instante, llegaron a la boca de la caverna de la Ciudad
Eterna.
—¿Qué demonios es esto? —exclamó Cal al salir al extremo superior de la enorme
escalera, recorriéndola con la mirada. Había algo muy extraño. Aproximadamente a
treinta metros hacia abajo, la escalera se perdía de la vista.
—¡Vaya niebla! No se ve nada —dijo Will en voz baja. Los cristales de la máscara
de gas reflejaban el destello verde de la caverna.
Desde el lugar en el que se encontraban, por encima de la ciudad, contemplaban lo
que parecía la superficie ondulante de un enorme lago opalino. Una niebla
sumamente espesa, teñida de una luz misteriosa, como si fuera una inmensa nube
radiactiva, tapaba todo el paisaje. Sobrecogía pensar que toda la vasta extensión de la
enorme ciudad yacía oscurecida bajo aquella manta impenetrable a la vista.
Automáticamente, Will hurgó en los bolsillos en busca de la brújula.
—Esto nos lo va a poner un poco difícil —comentó, frunciendo el ceño detrás de la
máscara.
—¿Por qué? —le preguntó Cal. Tras los cristales de la máscara, sus ojos se
arrugaron al tiempo que sonreía—. Con toda esta niebla no podrán vernos, ¿no?
Sin embargo, a Will no le hacía ninguna gracia.
—Pero nosotros a ellos tampoco.
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