Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
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Cal seguía apretándose un pañuelo contra la cara y murmurando algo sobre
«gases pestilentes» mientras dejaban el puente de Blackfriars y bajaban a la orilla. A
la luz del día parecía todo tan diferente que por un momento Will dudó de que
hubieran llegado al lugar correcto. Con tanta gente paseando a orillas del Támesis,
parecía descabellado pensar que allí debajo se encontraba otro Londres primitivo y
abandonado, y que los tres se disponían a bajar a él.
Pero estaban en el lugar correcto, y los separaba sólo un breve trecho de la entrada
a aquel extraño mundo paralelo. Llegados a la verja, miraron abajo, viendo el agua
marrón que lamía la orilla.
—Parece profunda —comentó Cal—. ¿Por qué está así?
—¡Ah! —exclamó Will, llevándose la mano a la frente—. ¡La crecida! No había
pensado en ella. Tendremos que esperar a que baje.
—¿Cuánto puede tardar eso?
Will se encogió de hombros, mirando el reloj.
—No lo sé. Puede que horas.
No había nada que hacer salvo matar el tiempo paseando por las calles que rodean
la Tate Modern, volviendo de vez en cuando para comprobar el nivel del agua, e
intentando no llamar mucho la atención al hacerlo. A la hora de comer, vieron que
aparecía la grava.
Will decidió que no podían perder más tiempo.
—Venga, ¡todo listo para la inmersión, cierren compuertas! —anunció.
Pasaba mucha gente que aprovechaba el descanso de mediodía para darse una
vuelta por el río, pero apenas nadie se fijaba en ellos tres mientras, vestidos
estrafalariamente y cargados con mochilas, saltaban el muro y bajaban por la
escalera. Sólo reparó en el curioso trío un anciano que llevaba gorro de lana y
bufanda a juego y empezó a gritar «¡Condenados crios!», agitando el puño con furia
contra ellos. Un par de personas se acercaron a ver el motivo de aquel alboroto, pero
enseguida perdieron interés y se marcharon. Esa actitud calmó la indignación del
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