Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
descubrió algo que alguien había tirado detrás de una caja de revistas viejas. Se
encorvó para recoger dos objetos. Entonces cayeron al suelo trozos de cristal.
Reconoció de inmediato el par de abollados portarretratos con marco de plata: eran
los que en otro tiempo tenía Rebecca en su mesita de noche. Mirando la foto de sus
padres, y luego la suya, se dejó caer en la cama, respirando con dificultad. Se sentía
consternado. Era como si alguien le hubiera clavado un puñal y lo removiera
despacio. Pero ¿qué se podía esperar de ella? Rebecca no era su hermana, y nunca lo
había sido. Permaneció en la cama durante un rato, mirando la pared sin verla. Algo
después, volvió a levantarse y fue andando hasta el recibidor y desde allí a la cocina.
El fregadero estaba lleno de platos sucios, y el cubo de la basura rebosaba de latas
vacías y envoltorios de comida precocinada lista para calentar en el microondas. Era
una imagen tan triste y sórdida que no se dio cuenta de que las llaves de plástico de
los grifos estaban derretidas y ennegrecidas a causa del fuego, y tampoco vio los
azulejos, que también habían adquirido un color negro. Hizo una mueca y se volvió
al recibidor, donde oyó la áspera voz de la tía Jean. Su tono era vagamente
reconfortante, igual que el que tenía en otros tiempos, cuando iba todas las
Navidades a pasar unos días con ellos, y se estaba horas y horas charlando con su
madre.
Se quedó de pie al lado de la puerta, escuchando el furioso ruido producido por el
entrechocar de las agujas mientras la tía Jean hacía punto y hablaba:
—El doctorcito Burrows... En cuanto le puse los ojos encima, le advertí a mi
hermana... porque lo sabía... No te quieras liar con uno de esos vagos que estudian
tanto... Porque, vamos a ver, a ti te lo pregunto, ¿para qué sirve un marido que se
entretiene cavando agujeros cuando hay facturas que pagar?
Will echó un vistazo cuando las agujas de la tía Jean detuvieron su tintineo de
metrónomo para beber un sorbo de un vaso que tenía a su lado. El gato la miraba
como adorándola, y ella le devolvía una sonrisa afectuosa, casi amorosa. Will no
conocía aquella faceta de su tía. Sabía que lo correcto hubiera sido decir algo para
revelar su presencia, pero no quería estropear la escena.
—De verdad te digo que es un placer tenerte aquí. La verdad es que después de
que mi pequeña Sophie pasara a mejor vida... Era una perrita y ya sé que no te
gustan mucho... pero al menos estaba aquí por mí... Y eso es más de lo que puedo
decir de ningún hombre al que haya conocido.
Levantó lo que estaba tejiendo para verlo mejor: era un par de pantalones de
colores chillones que Bartleby olfateó con curiosidad.
—Ya están casi terminados. En un momentito te los podrás probar para que
veamos la talla, encanto. —Se inclinó hacia delante y le hizo cosquillas bajo la
barbilla. El levantó la cabeza y, cerrando los ojos, empezó a ronronear con la potencia
de un pequeño motor.
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