Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 272

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles cubierto de escarcha. La única forma de poder bajar el trozo de cuesta que faltaba era apoyándose en Cal, pero finalmente llegaron abajo y entraron en el metro. —Así que hasta a los Seres de la Superficie les gusta meterse bajo tierra —comentó Cal, observando el sucio y viejo túnel, al que le hacía falta un buen remozamiento. Su comportamiento cambió enseguida. Por vez primera desde que saliera a las orillas del Támesis, parecía encontrarse a gusto, aliviado de tener a su alrededor un túnel en vez del cielo abierto. —En realidad no —dijo Will con desgana, metiendo monedas en la máquina expendedora de billetes mientras Bartleby babeaba al ver un chicle con aspecto de liquen en una de las baldosas del suelo. Los temblorosos dedos de Will hurgaron en las monedas, pero se detuvo y se apoyó en la máquina—. No puedo —dijo casi sin voz. Cal cogió las monedas de su mano y terminó de sacar los billetes siguiendo las instrucciones de Will. En el andén, no tuvieron que esperar mucho. Una vez en el tren que se dirigía al sur de la ciudad, y mientras éste salía de la estación, ninguno de los dos habló. Conforme el convoy aceleraba, Cal observaba los cables tensados por los lados del túnel y jugaba con su billete. Lamiéndose las patas, Bartleby estaba sentado en el asiento contiguo al de Cal. No había mucha gente en el vagón, pero el chico era consciente de que atraían miradas de curiosidad. Will estaba recostado contra la pared del vagón, enfrente de Cal y del gato, con la cabeza apoyada en la ventana, porque le aliviaba el contacto del frío cristal en la sien. Entre parada y parada, daba ligeras cabezadas, pero en un intervalo de vigilia vio a un par de señoras mayores que tomaban asiento junto a ellos, al otro lado del pasillo. Como en un sueño confuso, a Will le llegaban retazos de la conversación de las dos señoras mezclados con la voz de los altavoces del metro: «Míralo... qué vergüenza... con los pies ahí encima del asiento... TENGA CUIDADO AL SUBIR AL TREN... qué chico tan extraño... EL METRO DE LONDRES LAMENTA LAS MOLESTIAS...» Hizo un esfuerzo por abrir los ojos y mirar a las dos mujeres. Enseguida comprendió que la causa de su escándalo era Bartleby. La que hablaba todo el tiempo se había dado reflejos morados en el pelo y llevaba unas bifocales traslúcidas de montura blanca que descansaban torcidas sobre la nariz, colorada como la de una amapola. —¡Shhh! Te van a oír —susurró su compañera mirando a Cal. Llevaba puesta una peluca increíblemente vieja y deteriorada. Sujetaban sendas bolsas idénticas en el regazo, como si fueran un parapeto contra los sinvergüenzas de los asientos de al lado. 272