Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
— Prepárate para encontrarte con tu Creador— dijo echando hacia atrás el otro brazo y disponiéndose a lanzar un puñetazo.
Después de esto, todo sucedió demasiado rápido para Will. Cuando Bartleby saltó a los hombros de Bloggsy, fue como un relámpago de colores. El impacto hizo que el chaval soltara a Cal. Cayó al suelo, y el gato seguía sin soltarse de su espalda. Tumbado boca abajo, Bloggsy se retorcía y trataba de utilizar los codos para repeler sus colmillos de perla y sus zarpas brutales, mientras soltaba espantosos alaridos y chillaba pidiendo socorro.
—¡ No!— gritó Will débilmente—. ¡ Ya basta!—¡ Déjalo, Barti— gritó Cal.
El gato, aún encima de Bloggsy, giró la cabeza para mirar a Cal, que gritó otra orden:
—¡ A él!— dijo señalando a Speed, que había permanecido de pie sobre Will todo aquel rato, sin creer lo que veían sus ojos. Se quedó con la boca abierta, y su cara adquirió una expresión de terror. A través de las extrañas gafas de color rosa, y con el gorro tibetano ligeramente ladeado en la cabeza, Bartleby fijó los ojos en su nueva presa.
Con un potente bufido, el gato saltó sobre el asustado matón de colegio.
—¡ Cambio de planes!— gritó Speed, y salió corriendo camino arriba como si su vida dependiera de ello. Y así era. En un abrir y cerrar de ojos, el gato le dio alcance. Y poniéndose a su lado o cerrándole el paso, Bartleby lo rodeaba como un tornado, le saltaba a las espinillas, le rajaba los pantalones del colegio y le desgarraba la piel. Desesperado, aterrorizado, el muchacho intentaba escapar, se tambaleaba, tropezaba, los pies le resbalaban en el asfalto, y todo ello constituía una especie de danza cómica hecha de movimientos espasmódicos.
—¡ Lo siento, Will, lo siento! ¡ Pero quítamelo de encima, por favor!— decía tartamudeando, con los pantalones hechos trizas.
A una mirada de Will, Cal se metió dos dedos en la boca y silbó. El gato se detuvo al instante, y consintió que Speed saliera corriendo. Ni por un momento se volvió a mirar atrás.
Will miró detrás de Cal, al fondo de la cuesta por la que ascendía el camino. Bloggsy había logrado levantarse y tenía tanta prisa por escapar que huía a trompicones.
— Me parece que nos hemos librado de ellos— se rió Cal.
— Sí— dijo Will con voz débil, poniéndose lentamente en pie. La fiebre lo acometía por oleadas, y pensó que iba a volver a desmayarse. Le entraban deseos de echarse allí mismo, abrirse la chaqueta para exponerse al frío y dormirse sobre el camino
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