Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 260

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles atrevido a hablar, pero no hubo indicación alguna por parte de los styx de que hubiera ocurrido nada fuera de lo ordinario. Y en cuanto a Tam, decir que estaba también anonadado sería decir muy poco. ¿Se suponía que tenía que responder a aquella niña? Como no lo hizo de inmediato, ella repitió la orden, y su dura vocecita sonó como un látigo: —¡Le hemos preguntado que si lo ha comprendido! —Sí —balbuceó Tam—. Lo he entendido perfectamente. Desde luego, no se trataba de un fallo definitivo, pero significaba que viviría en una especie de limbo hasta que decidieran si quedaba absuelto o... En fin, en la alternativa era mejor no pensar. Cuando un hosco agente se presentó para escoltarlo al exterior de la sala, Tam no pudo dejar de notar la aduladora mirada de felicitación mutua que se intercambiaron Rebecca y Crawfly. «¡Vaya, que me aspen si no es su hija!», pensó Tam. Will se despertó sobresaltado por el sonido atronador de la televisión. Se sentó en la butaca. De manera automática, buscó a tientas el mando a distancia y bajó el volumen. Hasta que miró a su alrededor no comprendió del todo dónde se encontraba, y cómo había llegado allí. Estaba en casa, en una sala que conocía perfectamente. Aunque se sintiera amenazado por la inseguridad con respecto al inmediato futuro, tenía por primera vez en mucho tiempo cierta capacidad de influir en su propia vida, y eso le hacía sentirse muy bien. Flexionó los brazos y las piernas, que tenía entumecidos, respiró hondo varias veces, y tuvo un acceso de tos seca. Pese a que se moría de hambre, se sentía algo mejor que el día anterior: el sueño le había resultado reparador. Se rascó, y luego se estiró un poco el enmarañado pelo, que estaba tan sucio que ya no era completamente blanco. Se levantó de la butaca y se dirigió con torpeza hacia las cortinas para separarlas unos centímetros y dejar pasar el sol de la mañana. Era luz de verdad. Resultaba tan agradable y acogedora, que las abrió más. —¡Demasiada luz! —chilló Cal varias veces, enterrando la cara bajo un cojín. Bartleby, despertado por los gritos del chico, abrió los ojos y corrió a esconderse de la luz; retrocedió con sus largas patas hasta que encontró refugio detrás del sofá. Allí se quedó, ocultándose del sol y emitiendo un sonido que se encontraba a mitad entre un maullido suave y un simple silbido. 260