Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 26

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles Pero Will ya se había metido por la abertura y había empezado a bajar. Tras un par de metros de descenso, el agujero continuaba en ángulo recto. —Tengo otro para ti —dijo desde dentro de la abertura, poniéndose un casco amarillo y encendiendo la lamparilla de minero que tenía en la parte frontal. La luz incidió sobre Chester, que vacilaba indeciso—. Bueno, ¿bajas o qué? —preguntó con irritación—. Fíate de mí, no hay ningún peligro. —¿Estás seguro? —Naturalmente —respondió Will, dándole una palmada a un soporte que tenía a su lado y sonriendo para inspirar confianza a su amigo. Siguió sonriendo cuando, fuera de la vista de Chester, le cayó en la espalda una pequeña cantidad de tierra—. Esto es tan seguro como una casa. En serio. —Bueno... Una vez dentro, Chester se quedó demasiado sorprendido para poder hablar. De allí partía un túnel de dos metros de ancho y otro tanto de alto que se internaba en la oscuridad con una leve inclinación. Los lados estaban asegurados con viejos puntales de madera dispuestos a cortos intervalos. Parecía, pensó Chester, exactamente como aquellas minas de las antiguas películas de vaqueros que ponían en la tele los domingos por la tarde. —¡Pero esto es genial! ¡Esto no lo has hecho tú solo, es imposible! Will sonrió con satisfacción: —Por supuesto que sí. Me he dedicado a ello desde el año pasado. Y aún no has visto ni la mitad. Ven por aquí. Volvió a colocar la tabla de contrachapado, sellando la entrada del túnel. Con sentimientos encontrados, Chester vio desaparecer la última franja de cielo azul. Avanzaron por el pasaje subterráneo entre montones de tablas y puntales puestos desordenadamente a los lados. —¡Aaah! —exclamó Chester en voz baja. De repente, el túnel se expandió hasta convertirse en un espacio del tamaño de una sala, de la que se bifurcaban dos túneles en cada extremo. En el medio había una pila de espuertas, una mesa de caballetes y dos armarios viejos. El encofrado del techo estaba soportado por filas de oxidados puntales Stillson, que eran unas columnas de hierro extensibles. —Hogar, dulce hogar —dijo Will. —Esto es... una pasada —dijo Chester sin creer lo que veía. A continuación frunció el ceño—. Pero ¿de verdad que no corremos ningún peligro? —Claro que no. Mi padre me enseñó a apuntalar. No es la primera vez que lo hago... —Will dudó, y se contuvo justo antes de mencionar la estación de tren que había descubierto con su padre. Chester lo observó con recelo para disimular el silencio en que se habían sumido. Will le había jurado a su padre que mantendría el 26