Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Al llegar a la avenida, oyó la voz de su hermano por entre el estruendo del tráfico.
—¡Will! —gritaba—. ¡Espérame! ¡Lo siento!
Cal bajaba por la colina a toda velocidad. Estaba realmente aterrorizado. Movía la
cabeza a izquierda y a derecha para vigilarlo todo, como si temiera ser atacado de
repente por un imaginario asesino.
Cruzaron la avenida cuando el semáforo se puso en verde, pero Cal se empeñó en
taparse la boca con la mano hasta que quedó bastante atrás.
—No lo puedo soportar —dijo con tristeza—. Me encantaban los coches cuando
estaba en la Colonia..., pero los folletos no decían nada de cómo huelen.
—¿Tenéis fuego?
Asustados por la voz, los dos chicos se volvieron. Se habían detenido para
descansar un instante y, como si apareciera de la nada, tenían allí plantado tras ellos
a un hombre de sonrisa torcida. No era muy alto, e iba bien vestido con un traje azul
oscuro bastante ajustado, camisa y corbata. Tenía el pelo largo y negro y
constantemente se lo echaba hacia atrás, como si le molestara, y se lo remetía detrás
de las orejas.
—Me he dejado en casa el encendedor —prosiguió con voz profunda y sonora.
—Lo siento, no fumamos —respondió Will, apartándose.
Había algo forzado y siniestro en la sonrisa de aquel hombre, y en la cabeza de
Will sonaron todas las alarmas.
—¿Estáis bien? Parecéis hechos polvo. Tengo un sitio donde podéis descansar.
Está cerca de aquí —invitó el hombre—. Puede venir el perrito también, por
supuesto. —Le tendió a Cal la mano, y Will pudo distinguir los dedos manchados de
nicotina y las uñas negras de suciedad.
—¿De verdad? —preguntó Cal, devolviéndole la sonrisa al desconocido.
—No..., es usted muy amable, pero... —le interrumpió Will, mirando a su
hermano, pero sin conseguir llamar su atención.
El hombre avanzó un paso hacia Cal y se dirigió a él, ignorando por completo a
Will, como si no estuviera presente.
—¿Te apetece también comer algo caliente? —ofreció.
Cal iba a contestar cuando Will habló de nuevo:
—Tenemos que irnos, nuestros padres nos esperan a la vuelta de la esquina.
Vámonos, Cal —dijo imperiosamente. Su hermano lo miró extrañado, y vio que
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