Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 254

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles Y de esa manera comenzó la larga marcha hacia el norte. En su camino hacia las afueras de Londres sólo vieron un coche de policía, pero Will consiguió parapetarse con Cal y Bartleby en una esquina en menos de un segundo. —¿Son una especie de styx? —preguntó Cal. —No exactamente —respondió Will. Con el gato a un lado y Cal al otro, hechos un manojo de nervios los dos, el avance se hacía difícil. Cada poco su hermano se paraba en seco, como si le dieran en las narices con una puerta invisible. —¿Qué pasa? —le preguntó una de las veces en las que Cal se negaba a avanzar. —Siento como... ira... y miedo —explicó el muchacho con voz tensa mientras miraba nervioso las ventanas encima de una tienda—. Es muy fuerte. No me gusta. —Yo no veo nada —dijo Will, sin conseguir saber qué era lo que preocupaba a su hermano. Sólo eran ventanas normales y corrientes, en una de las cuales relucía una estrecha franja de luz entre las cortinas—. No hay nada, te lo estás imaginando. —No, no me lo imagino. Lo huelo —explicó Cal con énfasis—, y se está haciendo más intenso. Vamonos. Tras varios kilómetros de tortuoso y furtivo caminar, llegaron a lo alto de una colina, en cuya base pasaba una concurrida avenida de seis carriles. —Esto lo reconozco. Ya no queda lejos. Tal vez tres kilómetros, nada más. —No podré acercarme. No puedo soportar ese hedor. Nos matará —dijo Cal retrocediendo. —No seas tan tonto —le dijo Will. Estaba demasiado cansado para soportar ningún comportamiento absurdo, y la frustración se le transformaba fácilmente en enfado—. ¡Ya estamos cerca! —¡No! —dijo Cal, cerrándose en banda—. ¡Aquí me quedo! Will intentó tirarle del brazo, pero él se lo sacudió. Había estado luchando durante kilómetros contra su agotamiento, y aún le costaba trabajo respirar. No se merecía encima que Cal se pusiera así. Sintió que no podía más, sintió que iba a darse por vencido y a echarse a llorar. No había derecho. Se imaginaba la casa y su cama limpia, acogedora. No quería otra cosa que echarse a dormir. Incluso mientras caminaba, su cuerpo insistía en ceder y abandonarse, como si pudiera dejarse caer por un agujero a un mundo soñado de calidez y descanso. A continuación, se arrancaba de aquel sueño para volver al mundo real y obligarse a seguir adelante. —¡Está bien! —soltó Will—. ¡A tu aire! —Y empezó a descender la colina, tirando de la correa de Bartleby. 254