Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Y de esa manera comenzó la larga marcha hacia el norte. En su camino hacia las
afueras de Londres sólo vieron un coche de policía, pero Will consiguió parapetarse
con Cal y Bartleby en una esquina en menos de un segundo.
—¿Son una especie de styx? —preguntó Cal.
—No exactamente —respondió Will.
Con el gato a un lado y Cal al otro, hechos un manojo de nervios los dos, el avance
se hacía difícil. Cada poco su hermano se paraba en seco, como si le dieran en las
narices con una puerta invisible.
—¿Qué pasa? —le preguntó una de las veces en las que Cal se negaba a avanzar.
—Siento como... ira... y miedo —explicó el muchacho con voz tensa mientras
miraba nervioso las ventanas encima de una tienda—. Es muy fuerte. No me gusta.
—Yo no veo nada —dijo Will, sin conseguir saber qué era lo que preocupaba a su
hermano. Sólo eran ventanas normales y corrientes, en una de las cuales relucía una
estrecha franja de luz entre las cortinas—. No hay nada, te lo estás imaginando.
—No, no me lo imagino. Lo huelo —explicó Cal con énfasis—, y se está haciendo
más intenso. Vamonos.
Tras varios kilómetros de tortuoso y furtivo caminar, llegaron a lo alto de una
colina, en cuya base pasaba una concurrida avenida de seis carriles.
—Esto lo reconozco. Ya no queda lejos. Tal vez tres kilómetros, nada más.
—No podré acercarme. No puedo soportar ese hedor. Nos matará —dijo Cal
retrocediendo.
—No seas tan tonto —le dijo Will. Estaba demasiado cansado para soportar
ningún comportamiento absurdo, y la frustración se le transformaba fácilmente en
enfado—. ¡Ya estamos cerca!
—¡No! —dijo Cal, cerrándose en banda—. ¡Aquí me quedo!
Will intentó tirarle del brazo, pero él se lo sacudió.
Había estado luchando durante kilómetros contra su agotamiento, y aún le
costaba trabajo respirar. No se merecía encima que Cal se pusiera así. Sintió que no
podía más, sintió que iba a darse por vencido y a echarse a llorar. No había derecho.
Se imaginaba la casa y su cama limpia, acogedora. No quería otra cosa que echarse a
dormir. Incluso mientras caminaba, su cuerpo insistía en ceder y abandonarse, como
si pudiera dejarse caer por un agujero a un mundo soñado de calidez y descanso. A
continuación, se arrancaba de aquel sueño para volver al mundo real y obligarse a
seguir adelante.
—¡Está bien! —soltó Will—. ¡A tu aire! —Y empezó a descender la colina, tirando
de la correa de Bartleby.
254