Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 256

Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
agitaba la cabeza y arrugaba el ceño. Comprendiendo que algo no iba bien, Cal se acercó a Will.
— Una pena. ¿ Quizá la próxima vez?— dijo el desconocido, sin apartar los ojos de Cal. No hizo intento de seguirlos, pero se sacó del bolsillo un encendedor y encendió un cigarrillo—. ¡ Nos vemos!— les gritó.
— No te vuelvas— le dijo Will entre dientes, alejándose rápidamente y llevándose a su hermano al remolque—. Ni se te ocurra volverte.
Llegaron a Highfield una hora más tarde. Will evitó High Street por si lo reconocían. Eligieron callejones y vías secundarias hasta que desembocaron en Broadlands Avenue.
Allí estaba: la casa, completamente a oscuras, con un letrero de la inmobiliaria en el jardín delantero. Will guió a Cal por un lateral de la casa, para llegar al jardín de atrás a través de la cochera. Con el pie levantó el ladrillo bajo el cual dejaban siempre una llave por si acaso, y se le quitó un peso de encima cuando vio que seguía allí. Abrió la puerta y entraron con precaución en el oscuro recibidor.
—¡ Colonos!— exclamó Cal de inmediato, retrocediendo mientras seguía olfateando—. Han estado aquí... y no hace mucho.
—¡ Por Dios!— A Will sólo le olía un poco a cerrado, pero no quería molestarse en discutir. Como no quería llamar la atención de los vecinos, dejó las luces apagadas y utilizó la esfera de luz para mirar en todas la habitaciones, mientras Cal se quedaba en el recibidor con sus sentidos completamente despiertos—. No hay nadie... nadie en absoluto. ¿ Satisfecho?— dijo volviendo del piso superior. Con cierta consternación, su hermano entró en la casa acompañado de Bartleby. Will cerró la puerta y corrió el pestillo. Los guió a la sala de estar y, asegurándose de que las cortinas estaban perfectamente cerradas, encendió la televisión. A continuación se dirigió a la cocina.
La nevera estaba completamente vacía, salvo por una tarrina de margarina y un tomate pasado, verde y reseco. Por un momento, observó con estupor los estantes vacíos. Nunca las había visto así, y aquello era una muestra de hasta qué punto habían cambiado las cosas. Suspiró mientras cerraba la puerta de la nevera y veía un trozo de papel de renglones pegado en ella. Estaba escrito con la letra pulcra y precisa de Rebecca: era una de sus listas de la compra.
¡ Rebecca! De repente le hirvió la sangre. El recuerdo de aquella impostora disfrazada de su hermana durante todos aquellos años le hizo perder la calma. Ella lo había cambiado todo. Y ya no podía ni siquiera soñar con volver a la vida apacible y ordenada que había llevado hasta la desaparición de su padre, porque ella había estado allí, vigilando y espiando... Su sola presencia estropeaba todos sus recuerdos.
256