Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Tras doblar a la izquierda y pasar aprisa el puente, Will vio una señal que indicaba
la dirección a la estación de King's Cross, y se sintió seguro de que iban por el buen
camino. Al llegar al final del puente, los coches pasaban por su lado, y Will se paró a
mirar a Cal y al gato a la luz de la calle. Formaban un grupo de tres seres perdidos de
aspecto tan extraño, que era imposible no llamar la atención de cualquiera que
pasara. Por más que fuera de noche, un par de chicos calados hasta los huesos y
caminando por las calles de Londres a aquellas horas de la noche con o sin un gato
gigante tenía que atraer la atención, y lo último que deseaba en aquellos momentos
era que lo detuviera la policía. Intentó inventar una historia, repitiéndosela
mentalmente, por si se daba el caso:
«Bien, bien, bien —decían un par de policías imaginarios—. ¿Qué tenemos aquí?»
«Eh... sólo estamos paseando por el... el...», se imaginó que respondía, pero
entonces se quedaba callado, sin saber cómo seguir. No, eso no servía. Tenía que
preparar algo mejor. Volvió a empezar:
«Buenas noches, agentes. Estamos sacando de paseo la mascota del vecino.»
El primero de los policías se inclinaba para mirar a Bartleby con curiosidad,
aguzando la vista mientras hacía una mueca de evidente disgusto.
«No sé por qué me da que es peligroso, chaval. ¿No lo deberíais llevar con
correa?»
«¿De qué raza es?», intervenía el segundo policía imaginario.
«Es un... —empezaba Will. ¿Qué podía decir? ¡Ah, sí!—: Es un ejemplar muy
raro... un híbrido excepcional, un cruce de perro y gato que se llama... perrato»,
informaba amablemente.
«O gaterro», sugería el segundo policía, mirando a Will de manera que indicaba
que no se tragaba aquella explicación.
«Sea lo que sea, es feo como un demonio», comentaba el otro.
«¡Shh! No vaya a herir sus sentimientos.»
Will comprendió entonces que estaba perdiendo el tiempo. En realidad, los
policías sólo les preguntarían el nombre y la dirección, y llamarían por radio para
comprobar que no les mentían. Y aunque intentaran dar datos falsos, seguramente
los descubrirían. No había vuelta de hoja. Los llevarían a comisaría y los
mantendrían allí. Will se imaginaba que posiblemente lo acusarían de secuestrar a
Chester, o de otra cosa igual de ridícula, y que terminarían enviándolo a alguna
institución para jóvenes delincuentes. En cuanto a Cal, constituiría para ellos un
quebradero de cabeza, porque no encontrarían ningún registro de su identidad por
ninguna parte. En cualquier caso, sería preferible evitar a la policía a toda costa.
De manera un tanto morbosa, al contemplar aquella posibilidad, una parte de él
casi deseaba que lo detuviera la policía, porque tal cosa le aliviaría de la pesada y
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