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Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
Mientras olfateaba, volviendo a apreciar lo fresco y puro que era el aire, Will se dio cuenta de que no se le había ocurrido pensar ni por un momento qué iban a hacer a continuación. ¿ Adonde iban a ir? Tanto interés había tenido en escapar, que no había dedicado al resto ni un instante de reflexión.
Se levantó y miró sus ropas de colono empapadas y sucias, y las de su hermano, y el impresentable gato gigante que olfateaba en aquel momento la orilla del río como un cerdo en busca de trufas. Se había levantado un fresco viento invernal. Empezó a temblar, le castañetearon los dientes. Cayó en la cuenta de que ni su hermano ni Bartleby habían experimentado en su vida subterránea las extremas variaciones del clima de la Superficie. No podían quedarse allí. Tenían que irse enseguida. Pero no llevaba dinero: ni un penique.
— Tendremos que volver a casa andando.
— Bien— respondió Cal sin poner pegas, con la cabeza levantada para ver las estrellas, perdiéndose en la cúpula del cielo—. ¡ Al fin las veo!— susurró para sí.
Pasó un helicóptero por el horizonte.—¿ Por qué se mueve esa cosa?— preguntó. Will estaba demasiado cansado para dar explicaciones.— Para eso los hacen— se limitó a decir.
Empezaron a caminar, sin apartarse de la orilla del río para no llamar la atención, y enseguida se encontraron una escalera que subía a la calle. Estaba junto a un puente. Will supo entonces dónde se encontraban exactamente: era el puente de Blackfriars. En lo alto de la escalera había una verja que les cerraba el paso, así que para llegar hasta la acera de la calle tuvieron que saltar por el muro.
Goteando agua sobre la acera, congelados en el aire de la noche, miraron a su alrededor. A Will le sobrecogió la espantosa idea de que incluso allí los styx podían tener espías que los estuvieran vigilando. Después de ver a uno de los hermanos Clarke en la Colonia, tenía la sensación de que no podía confiar en nadie, y observaba con creciente recelo a las pocas personas que había a la vista. Pero nadie pasó cerca, salvo una pareja de jóvenes que caminaban cogidos de la mano. Se cruzaron con ellos, pero iban tan atentos uno al otro que no se fijaron en los chicos ni en su gato descomunal.
Subieron la escalinata del puente, con Will delante. Al llegar arriba vio el cine Imax a su derecha. Supo inmediatamente que no quería encontrarse en aquel lado del río. Para él, Londres estaba constituido por un mosaico de lugares que le resultaban conocidos de visitas a museos con su padre o de excursiones con el colegio. El resto, las áreas que conectaban unos puntos conocidos con otros, eran para él un misterio absoluto. Sólo se podía hacer una cosa: confiar en su sentido de la orientación e intentar seguir rumbo al norte.
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