Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—¡Sólo quería darme un chapuzón! —gritó Will, riéndose sin fuerzas—. Quédate
ahí, voy a comprobar una cosa. —Olvidó la fatiga y el esfuerzo mientras miraba la
débil luz, intentando comprender qué era lo que tenía delante.
Calado hasta los huesos, salió de la piscina y, agachándose por el pasadizo,
avanzó lentamente hacia la luz. Después de unos doscientos metros, distinguió con
claridad la boca circular del túnel y, con el corazón palpitando, se lanzó corriendo en
aquella dirección. Se precipitó por una cornisa de más de un metro de alto que no
había visto y se hizo daño al caer. Vio entonces que estaba en una especie de
embarcadero. A través de un bosque de gruesos puntales de madera cubiertos de
algas, rielaba la luz en el agua.
La grava crujía bajo sus pies. Notó en el rostro el tonificante frescor del viento.
Respiró hondo, llenándose los doloridos pulmones con aire puro. Era una dulzura.
Poco a poco, fue asimilando el entorno.
Era de noche. Las luces se reflejaban en un río, delante de él. Era muy ancho. Un
barco de recreo de dos pisos surcaba lentamente sus aguas. Las luces palpitaban en
sus dos cubiertas, mientras una música bailable difícil de distinguir vibraba en las
ondas del agua. Entonces vio puentes a izquierda y a derecha y, en la distancia, la
cúpula iluminada de la catedral de San Pablo. San Pablo, el de siempre. Un autobús
rojo de dos pisos cruzó por el puente más cercano. Se sentó en la orilla con sorpresa y
alivio: aquello no era un riachuelo cualquiera.
Era el Támesis.
Se tendió en la orilla y cerró los ojos, escuchando el monótono ruido del tráfico.
Intentó recordar los nombres de los puentes, pero sin hacer mucho esfuerzo. Había
salido, había escapado, y nada más importaba. Lo había conseguido. Estaba en casa.
¡De vuelta en su mundo!
—¡El cielo! —exclamó Cal con voz sobrecogida—. O sea que es así. —Will abrió los
ojos para ver a su hermano, que estiraba el cuello hacia un lado y hacia el otro,
contemplando las nubéculas sueltas iluminadas por la luz ambarina de la calle.
Aunque estaba calado por su inmersión en el pozo, sonreía de oreja a oreja, pero de
pronto arrugó la nariz.
—¡Uf!, ¿qué es eso? —preguntó en voz alta.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Will.
—¡Todos esos olores!
Will se levantó sobre un codo y olfateó:
—¿Qué olores?
—Comida... todo tipo de comida... y... —Cal hizo una mueca—. Aguas residuales,
a montones, y olores químicos...
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