Roderick Gordon- Brian Williams Túneles
—¡ Uf!— resopló—. ¡ Vaya calor que da este chisme!
Siguieron avanzando, y no pasó mucho tiempo antes de que los peldaños se acabaran y entraran en una serie de estrechos pasadizos. De vez en cuando tenían que subir por alguna escalera de hierro oxidado, y las manos se les teñían de naranja al impulsarse en cada uno de los precarios travesaños.
Finalmente, llegaron a un tramo casi vertical de no más de un metro de ancho. Escalaron su superficie irregular ayudándose de una gruesa soga con nudos que colgaba de lo alto. Cal estaba seguro de que era su tío Tam quien la había puesto allí. Subieron brazada tras brazada, mientras los pies encontraban acomodo en las grietas y entrantes del terreno. La inclinación se hizo más empinada y les costó un esfuerzo infernal superar el trecho de piedra cubierta de limo que les quedaba, pero pese a resbalar varias veces, terminaron llegando al final, y entraron en una cámara circular. En el suelo había una pequeña entrada de aire. Al inclinarse sobre ella, Will vio los restos de una rejilla de hierro, tan sumamente oxidada que se desprendían trozos.
—¿ Qué ves?— preguntó Cal jadeando.
— Nada, no puedo ver absolutamente nada— respondió Will con desánimo, agachándose para ponerse en cuclillas. Se quitó el sudor de la cara con la mano—. Supongo que tenemos que hacer lo que dijo Tam: bajar.
Cal miró atrás y luego a su hermano, asintiendo con la cabeza. Durante varios minutos, inmovilizados por la fatiga, ninguno de los dos hizo movimiento alguno.
— Bueno, no podemos quedarnos aquí toda la eternidad— suspiró Will, metiendo las piernas por el respiradero y, con la espalda apretada contra un lado y los pies presionando fuertemente contra el otro, empezó a dejarse caer—. ¿ Y qué pasa con el gato?— preguntó cuando había recorrido poca distancia—. ¿ Será capaz de seguirnos?
— No te preocupes por él— dijo Cal sonriendo—. Lo que nosotros podamos hacer...
Will no oyó el final de la frase. Resbaló. Vio ascender a la velocidad del rayo las paredes del respiradero y cayó al fondo, en el que se zambulló salpicando mucha agua: estaba sumergido en algo casi helado. Braceó para salir, y luego sus pies encontraron el fondo y pudo ponerse en pie y escupir un trago de líquido helado que se le había metido en la boca. Estaba cubierto hasta el pecho, y después de secarse los ojos y echarse atrás el pelo, miró a su alrededor. No estaba seguro, pero en la distancia parecía verse una leve luz.
Oyó los gritos del desesperado Cal, desde lo alto.—¡ Will, Will!, ¿ estás bien?
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