Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
trepadores, que cubría la pared densamente, como la hiedra un muro viejo. Al
levantar la mano notó el calor que desprendía y, sí, efectivamente, de los bordes de
las hojas curvadas de la planta emanaba un destello muy débil.
—Bioluminiscencia —dijo en voz alta.
—¿Eh? —fue toda la respuesta que llegó del interior de la capucha de Cal, que se
removía inquieto, vigilando por si aparecía la división styx.
Mientras seguía descendiendo la pendiente, Will volvió a contemplar la caverna,
fijándose sobre todo en lo más maravilloso de todo: la propia ciudad. Desde la
distancia, sus ojos devoraban los arcos, las terrazas mantenidas en equilibrios
imposibles, y las escaleras de caracol que iban a dar a balcones de piedra.
Abundantes columnas dóricas y corintias se alzaban para sostener galerías y
pasarelas vertiginosas.
Su intensa emoción estaba empañada por la tristeza de pensar que Chester no
estaba allí con él para ver nada de aquello. Y en cuanto a su padre, ¡se hubiera vuelto
loco! Había demasiadas cosas que asimilar a la vez. En cualquier dirección que
mirara, encontraba las más fantásticas estructuras: desde coliseos hasta antiguas
catedrales con cúpulas de piedra bellamente labrada.
Después, al llegar al pie de la pendiente, sintió el impacto del olor. Al principio le
pareció suave, como de agua estancada, pero con cada paso que habían descendido
se había ido haciendo más fuerte. Era un olor rancio que llegaba a la garganta como
un acceso de bilis. Se tapó la nariz y la boca con la mano, y le dirigió a Cal una
mirada de desesperación.
—¡Es horrible! —dijo entre náuseas—. ¡No me extraña que haya que ponerse una
cosa de ésas!
—Lo sé —dijo Cal rotundamente acercándose a la hondonada que había al pie de
la pendiente, con la expresión de su rostro oculta por la máscara—. Ven aquí.
—¿Para qué? —le preguntó Will a su hermano acercándose a él. Para su sorpresa,
lo vio meter las manos en el agua cenagosa. Levantó dos puñados de negras algas y
se frotó con ellas la máscara y la ropa. A continuación cogió a Bartleby por el
pescuezo. El animal soltó un leve aullido e intentó escapar, pero Cal logró untarlo
rápidamente de los pies a la cabeza. Viendo que la suciedad le goteaba por la piel sin
pelo, el gato arqueó el lomo y tembló, mirando a su amo con odio.
—Dios mío, ahora sí que huele peor que nunca. ¿Qué demonios haces? —preguntó
Will, pensando que su hermano había perdido el juicio.
—La división dispone de perros rastreadores. Si perciben cualquier olor del lugar
del que venimos, estamos perdidos. Este cieno ayudará a encubrir nuestro olor —
dijo, volviendo a sacar nuevos puñados de la salobre vegetación—. Ahora te toca a ti.
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