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Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
vista repetidamente del mapa de Tam a la abertura, y de ésta al mapa. Entonces miró a Cal y le sonrió de oreja a oreja mientras se internaba en el estrecho pasadizo. Estaba bañado con una tenue luz verde.
—¡ Cuidado!— advirtió Cal.
Pero Will ya había llegado a la esquina, y desde ella podía apreciar un sonido que le era familiar: el golpeteo del agua que caía. Asomó la cabeza hasta que uno de sus ojos pudo atisbar por el borde. Lo que vio lo dejó anonadado, pero siguió desplazándose muy despacio para ver mejor, hasta quedar completamente al descubierto, bañado por un destello de color verde botella. Por la descripción de Tam, y por la idea que se había hecho en su imaginación, esperaba algo fuera de lo ordinario. Pero no estaba preparado para lo que sus ojos veían en aquel momento.
— La Ciudad Eterna— musitó y empezó a bajar por una enorme pendiente.
Al levantar la vista, observando con ojos como platos la inmensa cúpula del techo, el agua le salpicó en la cara que tenía vuelta hacia arriba y le provocó un estremecimiento.
—¿ Lluvia subterránea?— murmuró, comprendiendo de inmediato que la idea misma sonaba ridícula. La lluvia se le metió en los ojos provocando un leve escozor, y le hizo parpadear varias veces.
— Son filtraciones de la bóveda— explicó Cal, parándose tras él.
Pero Will no le escuchaba. Encontraba difícil asimilar la magnitud descomunal de la caverna, que era tan grande que al fondo desaparecía en la bruma. La llovizna seguía cayendo en lentas y letárgicas rachas mientras bajaban por la escarpada pendiente.
No era posible asimilarlo: unas enormes columnas de basalto, como rascacielos sin ventanas, bajaban en arco desde la gigantesca cúpula en el centro de la ciudad. Otras ascendían cerca de los bordes de la bóveda, trazando curvas endiabladas y adornando la ciudad con gigantescos y caprichosos arbotantes. Al lado de aquélla, todas las cavernas que Will había visto parecían cosa de liliputienses. Ésta le hacía pensar en el corazón de un gigante descomunal, cuyas cavidades estuvieran cruzadas por los tendones que antiguamente se creía que mantenían la estructura del vital órgano.
Guardó en el bolsillo la esfera de luz y buscó por un impulso instintivo el origen de aquella luz de color verde esmeralda que daba al conjunto aquel aspecto de escena soñada. Era como observar una ciudad perdida en el fondo de un océano. No podía estar seguro, pero la luz parecía llegar de las propias paredes de manera tan sutil que al principio pensó que no hacían más que reflejarla.
Se dirigió a un lado de la pendiente para examinar más de cerca la pared de la caverna. Estaba cubierta de una gran proliferación de zarcillos, oscuros y brillantes a causa de la humedad. Se trataba de algún tipo de alga constituida por muchos brotes
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