Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
sus botas de trabajo, y golpeó contra la pared, al otro lado, haciendo un ruido que
resonó durante una eternidad. Sacó la linterna y alumbró la impenetrable oscuridad
de la estancia que había abierto. Comprobó que tenía al menos seis metros de largo, y
que era de forma circular. Atravesó la puerta, dando un paso para pisar la superficie
de piedra de la sala. Pero al segundo paso el suelo desapareció y su pie sólo encontró
el vacío. ¡Iba a caerse! Se tambaleó en el mismo borde, agitando los brazos como
aspas de un molino hasta que logró recuperar el equilibrio y apartarse. Cayó contra
el marco de la puerta y se agarró a él, respirando hondo para calmar los nervios y
maldiciéndose por su precipitación.
—Vamos, no pasa nada —se dijo en voz alta, dándose ánimos para obligarse a
continuar.
Avanzó despacio y con prudencia, iluminando con la linterna, y comprobó que se
hallaba ante un precipicio y que a sus pies había una impenetrable oscuridad. Se
asomó para intentar ver el fondo, pero parecía que aquel agujero no tuviera final.
Tenía ante él un enorme pozo de ladrillo. Y, al mirar hacia arriba, tampoco llegaba a
ver el techo: los muros de ladrillo ascendían de manera sobrecogedora hasta perderse
en la oscuridad, más allá del alcance de su pequeña linterna de bolsillo. De lo alto
parecía venir una fuerte corriente de aire que le helaba el sudor de la nuca.
Dirigiendo el rayo de luz en todas direcciones, descubrió que había una escalera
de más o menos medio metro de ancho, que nacía del borde de piedra y descendía
adosada al canto del muro. Tanteó el primer peldaño para comprobar su solidez, y
como vio que era firme, empezó a descender la escalera despacio y con prudencia,
para no resbalar a causa de la fina capa de polvo, la paja y las ramitas que cubrían los
escalones. Fue descendiendo más y más, circundando el perímetro del pozo, hasta
que la luz que entraba por la puerta no fue más que un distante puntito en lo alto.
Por fin acabaron los peldaños de la escalera, y se encontró pisando un suelo de
baldosas. Utilizando la linterna para mirar a su alrededor, vio muchas tuberías de
color plomizo que subían serpenteando por los muros, como tubos de un órgano
borracho. Siguió con la vista el recorrido de una de ellas y vio que al final se abría en
forma de embudo, como si fuera un respiradero.
Pero lo que más le llamó la atención fue una puerta con una pequeña ventanilla de
cristal. No cabía duda de que al otro lado había luz, y sólo encontró una explicación:
que había ido a dar con el metro. No había otra posibilidad, sobre todo teniendo en
cuenta el zumbido bajo y sordo que se oía, un zumbido producido indudablemente
por máquinas, y la constante corriente de aire.
Se acercó muy despacio a la ventanilla, que era un redondel de grueso cristal
manchado y con surcos hechos por el tiempo, y miró a través de ella. No podía creer
lo que veían sus ojos.
A través de la ondulante superficie del cristal, pudo ver una escena que parecía
sacada de una vieja y rayada película en blanco y negro: había una calle y una fila de
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