Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 144

Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
al túnel del sótano. ¡ Cómo se arrepentían de no haber dejado siquiera una nota! O tal vez los salvara su padre. ¿ Sería posible que los sacara de allí?
¿ En qué día de la semana se encontraban? Pero había otra cosa más importante: como no se habían lavado en aquel tiempo, la ropa que llevaban tenía que oler a rayos, y si era así, ¿ por qué no lo notaban?
Mantenían un debate particularmente animado en torno a quiénes serían aquellas personas y de dónde habrían llegado, cuando la trampilla de la ventana de observación se abrió y asomó por ella la cara del segundo agente. En el acto callaron mientras abría la puerta y aparecía, en el resplandor del pasillo, aquella figura ya familiar pero nefasta. ¿ A quién de los dos le tocaría aquella vez?
—¡ Visitas! Se miraron uno al otro sin creérselo.—¿ Visitas? ¿ Tenemos visitas?— preguntó Chester. El agente negó con su enorme cabeza, y miró a Will.— Tú.—¿ Y Ches...?— Tú, vamos. ¡ Ahora mismo!— gritó el agente.
— No te preocupes, Chester, no me marcharé sin ti— le dijo a su amigo con seguridad, mientras éste se sentaba con una sonrisa apenada y asentía con la cabeza.
Will se levantó del poyo y salió del calabozo arrastrando los pies. Chester se quedó mirando cómo se cerraba la puerta. Al volver a encontrarse solo, se miró las manos, llenas de asperezas y suciedad incrustada, y sintió la añoranza del hogar, con todas sus comodidades. Sintió la punzada cada vez más intensa de la frustración y la desesperanza, y se le llenaron los ojos de lágrimas amargas. No, no lloraría, no les daría esa satisfacción. Ya se las apañaría Will para encontrar una solución, y cuando lo hiciera lo hallaría dispuesto.
—¡ Vamos, idiota!— se recriminó a sí mismo en voz baja, secándose las lágrimas con la manga de la camisa—. ¡ Agáchate y haz veinte!— dijo imitando la voz del entrenador de fútbol mientras se tendía boca abajo y empezaba a hacer veinte flexiones, contando mientras las hacía.
A Will lo hicieron pasar a una sala de paredes encaladas, suelo pulido y varias sillas colocadas en torno a una mesa grande de roble. Había dos personas sentadas detrás de la mesa, aunque no las podía ver bien porque, debido a la oscuridad del calabozo, su vista aún no se había adaptado a la luz. Se frotó los ojos y miró al frente. Tenía la camisa sucia y, lo peor de todo, salpicada de vómitos viejos y resecos. Intentó arrancar la costra de vómito con la mano antes de que le llamara la atención una curiosa trampilla o ventana que había en la pared de la izquierda. La superficie del cristal, si es que era cristal, era de un peculiar tono negro azulado. Y aquella 144