Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—Intenta tragar un poco, venga —dijo Will, volviendo a llenarse la boca. Sentía
que recuperaba las fuerzas con cada bocado—. Yo no dejo de pensar que les dije algo
de mi madre y de Rebecca, pero no sé si lo soñé. —Tragó, y a continuación se quedó
callado varios segundos, masticando mientras algo empezaba a reconcomerlo—. Sólo
espero no haberlas metido en problemas a ellas también. —Tomó otro bocado y, sin
dejar de masticar, continuó hablando mientras recordaba otra cosa—. Y el diario de
mi padre... No dejo de ver en mi mente, más claro que ninguna otra cosa, los largos
dedos blancos de esos tipos abriéndolo y pasando las hojas una a una. Pero es
imposible que eso haya ocurrido, ¿no? Se me mezcla todo. ¿Y tú, qué me cuentas?
Chester se desplazó un poco.
—No lo sé. Puede que haya mencionado el sótano de tu casa... y a tu familia... A tu
madre... a Rebecca... Sí, puede que les haya hablado de todo eso, pero, Dios mío, no
lo sé realmente... Es todo demasiado confuso. No distingo lo que dije de lo que pensé.
—Dejó la taza y se cogió la cabeza con las manos, mientras Will se inclinaba hacia
atrás, mirando el techo.
—Me pregunto qué hora será —dijo suspirando— allá arriba.
Durante lo que debió de ser la semana siguiente, hubo más interrogatorios de los
styx, y la Luz Oscura les produjo los mismos espantosos efectos secundarios:
agotamiento, ofuscada incertidumbre sobre lo que habían dicho o no a sus
torturadores, y un espantoso mareo.
Pero llegó el día en el que los dejaron en paz. Aunque no podían tener la certeza,
estaban convencidos de que los styx ya debían de haberles sacado todo lo que
querían, y concibieron la esperanza de que aquellas horribles sesiones hubieran
acabado para siempre.
Fueron transcurriendo las horas, los dos muchachos dormían de manera irregular,
las comidas llegaban cada tanto, y ellos pasaban el tiempo caminando por el calabozo
cuando se sentían lo bastante fuertes, descansando en el poyo, e incluso,
ocasionalmente, acercándose a la puerta a gritar, sin que sirviera de nada. Con
aquella penumbra constante, que era igual a todas horas, perdían toda sensación del
transcurso del tiempo, de la sucesión de días y noches.
Fuera del calabozo se desarrollaban sinuosos procesos: sin que ellos lo supieran,
investigaciones, encuentros, charlas y discusiones, todo en el chirriante lenguaje
secreto de los styx. Estaban decidiendo su suerte.
Ignorantes de ello, los chicos hacían todo lo que podían por mantener alta la
moral. En susurros, hablaban largo y tendido sobre cómo podrían escapar, sobre si
Rebecca conseguiría al final atar los cabos de su desaparición y conduciría a la policía
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