Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
—¡ Dios mío!— gimió al acordarse repentinamente de Chester. Con la trampilla de la comida abierta, había en el calabozo más luz de la usual, y al mirar a su alrededor descubrió en el suelo, a los pies del poyo, a su amigo, que yacía en posición fetal. Su respiración era débil, y su rostro estaba pálido y febril.
Will se puso en pie tambaleándose, y con dificultad cogió las bandejas y las dejó sobre el poyo. Inspeccionó brevemente el contenido. Había dos cuencos con algo dentro, y dos tazas de lata abolladas que contenían un líquido. Ninguna de las cosas tenía aspecto apetitoso, pero al menos estaban calientes y no olían del todo mal.
—¿ Chester?— preguntó inclinándose sobre su amigo. Se sintió culpable: él, y sólo él, era responsable de todo lo que les estaba sucediendo. Movió a Chester por el hombro con suavidad—. ¡ Eh!, ¿ estás bien?
—¿ Qué... qué...?— gimió su amigo intentando levantar la cabeza. Will vio que tenía sangre, que le había corrido por la mejilla, y ya estaba seca.
— La comida, Chester. Vamos, te sentirás mejor cuando hayas comido algo.
Le ayudó a sentarse, haciendo que apoyara la espalda en la pared. Se mojó la manga en el líquido de una de las tazas, y empezó a limpiar con ella la sangre de su cara.
—¡ Déjame en paz!— lo rechazó Chester con debilidad, intentando apartarlo.
— Ya veo que estás mejor. Vamos, come algo— dijo Will, entregándole uno de los cuencos, pero el chico lo apartó inmediatamente.
— No tengo hambre. Me siento fatal.
— Por lo menos bebe un poco de esto. Creo que debe de ser algún tipo de infusión.— Le pasó la bebida a Chester, que cogió la taza caliente con las dos manos—. ¿ Qué te preguntaron?— murmuró Will con la boca llena de papilla gris.
— De todo. Nombre, dirección, tu nombre... todas esas cosas. De la mayor parte no me acuerdo. Creo que me desmayé... Creí de verdad que me iba a morir— dijo con voz apagada y la mirada perdida.
Will se rió. Por extraño que pueda parecer, su propio sufrimiento se aliviaba un poco al oír las quejas de su amigo.
—¿ Qué es lo que te hace tanta gracia?— preguntó Chester, ofendido—. Yo no encuentro la diversión por ningún lado.
— No— respondió Will sonriendo—. Lo sé. Perdona. Prueba un poco de esto. Está realmente bueno.
Chester se estremeció de disgusto ante aquella masa gris. Sin embargo, cogió la cuchara y la metió en el cuenco, receloso al principio. Entonces lo olió.
— No huele del todo mal— dijo intentando convencerse a sí mismo.
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