Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
La bola de energía empezó a bordear el cráneo. El zumbido se hacía más intenso y las palpitaciones lo envolvían en una atmósfera tensa.
—¿ Estás con el hombre llamado Burrows?
La cabeza le daba vueltas, y las ondas de dolor le sacudían todo el cuerpo. Sus pies y manos eran atravesados por agujas. Aquella horrible sensación fue envolviendo poco a poco todo su cuerpo.
—¡ Es mi padre!— gritó.—¿ Con qué propósito has venido aquí?— La voz se aproximaba.
—¿ Qué le han hecho?— preguntó Will con voz entrecortada por la emoción, tragándose el flujo de saliva que le afloraba a la boca. Pensó que se iba a marear de un momento a otro.
—¿ Dónde está tu madre?— En aquel momento la voz, contenida pero firme, parecía surgir de la bola que tenía dentro de la cabeza. Era como si los dos styx hubieran penetrado en su cráneo y buscaran febrilmente en su mente, como atracadores que revuelven por los cajones para encontrar algo de valor.
—¿ Cuál es tu propósito?— repitieron.
Will intentó otra vez forcejear con sus ataduras, pero comprendió que su cuerpo ya no le obedecía. De hecho, era como si hubiera quedado reducido a una cabeza que flotaba perdida en un velo de oscuridad, y ya ni siquiera sabía dónde estaba el techo y dónde el suelo.
—¿ Nombre? ¿ Propósito?— Las preguntas regresaban más apremiantes y frecuentes mientras Will sentía que la escasa energía que le quedaba lo iba abandonando. Después aquella voz incesante se hizo más débil, como si él se alejara de ella. Le gritaban las palabras desde una gran distancia, pero cada una de esas palabras, cuando finalmente llegaba hasta él, despedía pequeñas chispas de luz en los bordes de su campo de visión, que flotaban y vibraban hasta que la oscuridad que lo rodeaba se convirtió en un hervidero de puntos blancos, tan brillantes e intensos que le hacían daño en los ojos. Ásperos susurros pasaban por encima de él, sin cesar. La sala giraba y se hundía. De nuevo sintió náuseas, y la cabeza le estallaba. Todo era blanco, nada más que blanco: un blanco cegador que se le metía dentro del cráneo para reventárselo.
— Me mareo. Por favor... Voy a... Creo que voy a perder el... Por favor...
Y la luz del blanco espacio entró quemándolo por dentro. Sintió que se volvía más y más pequeño, hasta que fue sólo una mota en el enorme vacío de blancura. Después la luz empezó a apagarse y la sensación de fuego fue aflojando hasta que todo se quedó a oscuras y en silencio, como si el universo entero se hubiera extinguido.
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