Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Oyó el tintineo de las llaves al penetrar en la cerradura, notó que el policía
entrecerraba los ojos para aguzar la vista, y a continuación vio abrirse la puerta y
aparecer la silueta del agente, como una monstruosa imagen de cómic.
—¡Tú! —le gritó aWill—, ¡sal!
—¿Por qué? ¿Para qué?
—¡Vamos! —bramó el hombre.
—¿Will? —preguntó Chester con inquietud.
—No te preocupes, todo irá bien —dijo con voz débil al tiempo que se levantaba
con las piernas entumecidas por la humedad. Las estiró mientras salía con dificultad
del calabozo al pasillo. A continuación, sin que se lo pidieran, se dirigió a la puerta
que daba a la sala de recepción.
—¡Quieto! —gritó el segundo agente mientras volvía a cerrar la puerta.
Después, agarrando a Will por el brazo con tal fuerza que le hacía daño, lo sacó de
la zona de calabozos y lo llevó por una sucesión de sórdidos pasillos en cuyas
paredes encaladas y desnudos suelos de piedra retumbaban sus pisadas. Al final
doblaron una esquina y se encontraron con una escalera que llevaba a un corredor
sin salida. Olía a humedad y a moho, como un sótano abandonado.
Una luz brillante salía de una puerta abierta en mitad del pasillo. Conforme se
acercaban a esa puerta Will se sentía más aterrorizado. Por supuesto, su escolta le dio
un empujón para hacerlo entrar en la sala resplandeciente, y después le hizo
detenerse de golpe. Deslumbrado por la intensidad de la luz, el chico cerró los ojos
casi del todo para tratar de distinguir algo de lo que había a su alrededor.
La sala estaba vacía salvo por una extraña silla y una mesa de metal, detrás de la
cual había dos personas altas y delgadas de pie, con el cuerpo inclinado una hacia la
otra de modo que casi se tocaban las cabezas. Hablaban en susurros apresurados y
cómplices. Will se esforzó por entender lo que decían, pero no podía reconocer la
lengua en la que hablaban, salpicada por una inquietante serie de sonidos agudos y
chirriantes. Por mucho que lo intentó, no consiguió entender ni una sola palabra.
Así pues, con el brazo firmemente sujetado por el agente, aguardó de pie, con el
estómago hecho un nudo a causa de los nervios, mientras se acostumbraba a la luz.
De vez en cuando, los dos hombres altos lo miraban fugazmente, pero Will no se
atrevió a decir una palabra en presencia de aquella nueva y siniestra autoridad.
Iban vestidos iguales, con cuellos inmaculadamente blancos y tan amplios que les
cubrían los hombros del rígido y largo gabán de cuero que crujía al menor
movimiento que hacían. El color de leche de sus rostros descarnados sólo conseguía
destacar los ojos negro azabache. El pelo, afeitado por encima de las sienes, era negro
brillante, y el contraste con el cuero cabelludo era tan grande que daba la impresión
de que iban tocados con solideos.
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