Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
se iban acostumbrando a la única luz que había en el calabozo, el leve resplandor que entraba por una ventanilla de observación que había en la puerta.
Finalmente, Chester rompió el silencio después de olfatear de forma muy audible:— Por Dios, ¿ qué olor es ése?
— No estoy seguro— respondió Will, husmeando a su vez—. ¿ Sudor? ¿ Vómitos?— Volvió a olfatear y pronunció, como un entendido—: Ácido fénico y...— Una vez más, trató de identificar el olor, y añadió—: ¿ No es azufre?
—¿ Eh?— murmuró su amigo.—¡ No, repollo! ¡ Repollo hervido!
— Me da igual lo que sea: es vomitivo— dijo Chester haciendo una mueca—. Este lugar es asqueroso.— Se volvió hacia su amigo en la oscuridad—. ¿ Cómo vamos a salir de aquí, Will?
Éste subió los pies al borde del poyo y descansó la barbilla en las rodillas. Después se rascó la pantorrilla, pero no dijo nada. Estaba furioso consigo mismo y no quería que su amigo se diera cuenta de lo que sentía. Seguramente Chester, con su prudencia y sus continuas advertencias, había tenido razón todo el tiempo. En la oscuridad, apretó los dientes y los puños. «¡ Imbécil, imbécil, imbécil!», se reprochó. Habían actuado como un par de inexpertos. Se había dejado llevar por sus impulsos todo el tiempo. Y ahora, ¿ cómo iba a encontrar a su padre?
— Tengo una sensación espantosa— continuó Chester con desolación, con la mirada clavada en el suelo—. La sensación de que no vamos a volver a casa nunca.
— Mira, Chester, no te pongas así. Encontramos la manera de entrar y encontraremos la manera de salir— dijo aparentando confianza en un esfuerzo por animar a su amigo, aunque en el fondo se sentía muy pesimista sobre la situación en que se hallaban.
Ninguno de los dos mostró muchas ganas de hablar. A partir de entonces, en la celda sólo se escuchó una continua vibración que llegaba de fuera, y el caminar errático de insectos a los que no podían ver.
Will se despertó dando un respingo, como si le faltara el aire. Se sorprendió al constatar que había conseguido dormitar medio sentado sobre la superficie de plomo del poyo. ¿ Cuánto tiempo habría dormido? Forzando la vista, escudriñó en la oscuridad casi total. Chester estaba de pie, apoyado contra el muro, mirando con ojos desorbitados la puerta del calabozo. El miedo que le embargaba casi se palpaba. De manera automática siguió la mirada de su amigo hacia la ventanilla de observación. En ella se recortaba la cara de expresión maliciosa del segundo agente, pero debido a su voluminosa cabeza, sólo resultaban visibles los ojos y la nariz.
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