Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
agente. Ya conocéis al segundo agente. —Señaló con la cabeza al policía que estaba
entre ellos. Después bajó la vista al rollo de papel que había llegado por el tubo—.
Aquí se os acusa de entrada ilegal en el Barrio, conculcando el artículo doce, punto
dos, de la Ley —leyó con voz monocorde.
—Pero... —protestó Will con voz mansa.
El primer agente lo ignoró y siguió leyendo:
—Además, habéis entrado sin permiso en una propiedad con la intención de
robar, acto contrario al artículo seis, punto seis —añadió en el mismo tono
inexpresivo—. ¿Entendéis los cargos? —preguntó.
Will y Chester se miraron confusos, y Will estaba a punto de responder cuando el
primer agente le cortó:
—Pero ¿qué tenemos aquí? —dijo abriendo las mochilas y vaciando su contenido
sobre el mostrador. Cogió los bocadillos envueltos en papel de plata que había
preparado Will y, sin molestarse en abrirlos, se limitó a olfatearlos—. ¡Ah, cerdo! —
comentó con un destello de sonrisa. Y por la manera en que se relamió y lo dejó a un
lado, Will supo que no volvería a ver sus bocadillos.
Luego el primer agente centró su atención en los demás artículos, examinándolos
metódicamente. Se entretuvo con la brújula, pero le impresionó más la navaja suiza,
de la que fue sacando elemento por elemento, y accionó las tijeritas con sus gruesos
dedos antes de dejarla. Con una mano hizo rodar sobre el mostrador uno de los
ovillos de cuerda, mientras con la otra desplegaba el viejo mapa geológico que había
sacado de la mochila de Will, dándole un somero vistazo. Finalmente, se inclinó
sobre el mapa y lo olió, arrugando la cara en un gesto de desagrado, antes de pasar a
la cámara de fotos.
—¡Mmm! —murmuró pensativo, sosteniéndola con sus dedos, gruesos como
plátanos, para estudiarla desde distintos ángulos.
—Es mía —dijo Will.
El primer agente lo ignoró por completo y, depositando la cámara en el mostrador,
cogió una pluma y la mojó en un tintero. Con la pluma sobre una página del libro de
registros, se aclaró la garganta.
—¡Nombre! —gritó mirando a Chester.
—Eh... Chester... Chester Rawls —tartamudeó el muchacho.
El primer agente escribió en el libro. El único sonido de la sala era el rasgueo de la
pluma sobre el papel, y Will se sintió de pronto completamente indefenso, con la
sensación de que el registro en el libro estaba poniendo en funcionamiento en aquel
preciso instante un proceso irreversible cuyos mecanismos estaban por encima de su
entendimiento.
—¿Y tú? —le preguntó a Will bruscamente.
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