Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 134

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles agente. Ya conocéis al segundo agente. —Señaló con la cabeza al policía que estaba entre ellos. Después bajó la vista al rollo de papel que había llegado por el tubo—. Aquí se os acusa de entrada ilegal en el Barrio, conculcando el artículo doce, punto dos, de la Ley —leyó con voz monocorde. —Pero... —protestó Will con voz mansa. El primer agente lo ignoró y siguió leyendo: —Además, habéis entrado sin permiso en una propiedad con la intención de robar, acto contrario al artículo seis, punto seis —añadió en el mismo tono inexpresivo—. ¿Entendéis los cargos? —preguntó. Will y Chester se miraron confusos, y Will estaba a punto de responder cuando el primer agente le cortó: —Pero ¿qué tenemos aquí? —dijo abriendo las mochilas y vaciando su contenido sobre el mostrador. Cogió los bocadillos envueltos en papel de plata que había preparado Will y, sin molestarse en abrirlos, se limitó a olfatearlos—. ¡Ah, cerdo! — comentó con un destello de sonrisa. Y por la manera en que se relamió y lo dejó a un lado, Will supo que no volvería a ver sus bocadillos. Luego el primer agente centró su atención en los demás artículos, examinándolos metódicamente. Se entretuvo con la brújula, pero le impresionó más la navaja suiza, de la que fue sacando elemento por elemento, y accionó las tijeritas con sus gruesos dedos antes de dejarla. Con una mano hizo rodar sobre el mostrador uno de los ovillos de cuerda, mientras con la otra desplegaba el viejo mapa geológico que había sacado de la mochila de Will, dándole un somero vistazo. Finalmente, se inclinó sobre el mapa y lo olió, arrugando la cara en un gesto de desagrado, antes de pasar a la cámara de fotos. —¡Mmm! —murmuró pensativo, sosteniéndola con sus dedos, gruesos como plátanos, para estudiarla desde distintos ángulos. —Es mía —dijo Will. El primer agente lo ignoró por completo y, depositando la cámara en el mostrador, cogió una pluma y la mojó en un tintero. Con la pluma sobre una página del libro de registros, se aclaró la garganta. —¡Nombre! —gritó mirando a Chester. —Eh... Chester... Chester Rawls —tartamudeó el muchacho. El primer agente escribió en el libro. El único sonido de la sala era el rasgueo de la pluma sobre el papel, y Will se sintió de pronto completamente indefenso, con la sensación de que el registro en el libro estaba poniendo en funcionamiento en aquel preciso instante un proceso irreversible cuyos mecanismos estaban por encima de su entendimiento. —¿Y tú? —le preguntó a Will bruscamente. 134