Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
Aquella oficina principal daba a otras más pequeñas, desde una de las cuales llegaba el rápido traqueteo de lo que podía ser una máquina de escribir.
Justo en el momento en que Will estaba observando el rincón más alejado de la sala, en el que había una gran profusión de tubos de bronce que ascendían por las paredes como los vástagos de una antigua vid, se oyó un silbido que terminó en un fuerte golpe. El ruido resultó tan inesperado que Chester se incorporó, sacado de su letárgica pesadumbre, y abrió los ojos como un conejillo asustado.
Otro agente salió de una sala lateral y se dirigió hacia los tubos de bronce. Una vez allí, observó la información que le transmitía un panel lleno de esferas de aspecto antiguo, del que salían unos alambres en espiral que iban hasta una caja de madera. A continuación abrió la trampilla de uno de los tubos y sacó un cilindro en forma de bala del tamaño de un rodillo de amasar. Desenroscando la tapa que tenía en un extremo, extrajo un rollo de papel que crujió cuando él lo alisó para leerlo.
—¡ Styx de camino!— dijo con voz brusca, yendo hacia el mostrador con paso decidido y abriendo un libro grande de registros, sin mirar ni por un instante a los chicos. También él llevaba prendida en la chaqueta una estrella de cinco puntas de color oro anaranjado. Aunque se parecía mucho al otro agente, era más joven y su cabeza estaba cubierta de pelo blanco cortado a lo militar.
— Chester— susurró Will. Como su amigo no reaccionó, se estiró para zarandearlo ligeramente. De pronto, recibió un golpe de porra en los nudillos.
—¡ Absténgase!— bramó el policía que estaba junto a ellos.
—¡ Ay!— Will se levantó del banco de un salto, apretando los puños—. ¡ Gordo...!— gritó, temblando de rabia, pero intentando contenerse.
Chester alargó la mano y lo sujetó por el brazo.—¡ Will, estate quieto!
Furioso, él se sacudió la mano de Chester y miró fijamente a los fríos ojos del policía.
—¡ Quiero saber por qué se nos retiene!— exigió.
Durante un angustioso momento pensaron que el agente iba a estallar, porque su rostro había adquirido un color rojo amoratado. Pero empezó reírse con una risa que se fue haciendo más y más chirriante, al tiempo que agitaba los hombros. Will miró de soslayo a Chester, que observaba asustado al policía.
—¡ Basta!— La voz del agente que estaba tras el mostrador restalló como un látigo al tiempo que levantaba la vista del libro de registros. Miró al policía que se estaba riendo, y se le congeló la risa.
—¡ Tú!— dijo el agente, fulminando a Will con la mirada—, ¡ siéntate!— Su voz estaba imbuida de tal autoridad que, sin dudar un segundo, Will volvió a sentarse junto a Chester—. Yo...— prosiguió el hombre sacando pecho—, yo soy el primer 133