Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
21
Subieron tropezando y resbalando por la estrecha escalinata que llevaba a la
puerta de un edificio de una sola planta que estaba rodeado por otros de aspecto
anodino que parecían fábricas u oficinas. Una vez dentro, el policía hizo que se
pararan en seco y, haciéndoles girar, les arrebató las mochilas de la espalda y los
empujó contra un banco de roble, cuya resbaladiza superficie presentaba muescas
irregulares producto del deslizamiento, año tras año, de cuerpos de malhechores.
Will y Chester ahogaron un grito cuando su espalda pegó contra la pared. Se
quedaron sin respiración del golpe.
—¡No os mováis! —bramó el policía colocándose entre ellos y la entrada.
Alargando un poco el cuello, Will pudo ver que el agente salía por las puertas
parcialmente acristaladas a la calle, donde se había congregado una multitud de
personas. Se empujaban unos a otros intentando distinguir algo. Al ver a Will,
algunos gritaban enfurecidos y agitaban el puño. Se echó para atrás a toda prisa y
miró a Chester, pero éste, completamente aterrorizado, tenía la vista clavada en el
suelo.
Will vio junto a la puerta un tablero de anuncios, en el que estaban pinchados un
gran número de papeles con el borde negro. La mayor parte de las letras eran
demasiado pequeñas para leerlas desde donde él estaba, y sólo pudo adivinar
algunos encabezamientos escritos a mano y que contenían palabras como «Orden» o
«Edicto», seguidas por un número.
Las paredes de la comisaría tenían un zócalo pintado de negro, por encima del
cual eran de color hueso, con manchas de suciedad y con la pintura desprendida a
trozos. El techo era de un amarillo nicotina bastante desagradable, con profundas
grietas que corrían en todas direcciones, como el mapa de carreteras de un país
desconocido. En una pared había un cuadro de un edificio de aspecto severo, con
rendijas por ventanas y enormes barrotes en la entrada principal. Will sólo pudo
distinguir las palabras «Prisión de Newgate», que estaban escritas debajo.
En la habitación había un largo mostrador, sobre el que el policía había dejado las
mochilas de los dos chicos y la pala de Will, y tras el cual había una especie de
oficina, con tres mesas rodeadas por un bosque de estrechos armarios archivadores.
132