Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—Espero que la cosa no se eternice —comentó con un suspiro—. Estoy
empezando a hartarme.
—A mí me lo vas a contar... —Will descansó la cabeza en las manos, con la vista
perdida en el muro frontal del túnel—. ¿Te das cuenta, verdad, de que al final de esto
podría no haber absolutamente nada?
Chester lo miró, pero estaba demasiado cansado para responder. Así que se
quedaron allí sentados, en silencio, sumidos en sus pensamientos. Después de un
rato, fue Will el que habló:
—¿En qué pensaba mi padre cuando hacía todo esto sin decirnos nada?
¡Especialmente, sin decirme nada a mí! ¿Por qué lo hacía?
—Tendría alguna buena razón —sugirió Chester.
—Pero tanto secretismo... Hasta llevaba un diario a escondidas. No lo entiendo. En
mi familia no nos escondemos unos a otros las cosas... las cosas importantes... ¿Por
qué no me dijo nada de lo que se traía entre manos?
—Bueno, tú tenías el túnel de los Cuarenta Hoyos —repuso Chester.
—Pero mi padre estaba al corriente. Aunque tienes algo de razón: nunca me
preocupé por contárselo a mi madre, porque no le interesa. Es verdad, no somos
exactamente una... —Will dudó, buscando la palabra apropiada—, una familia
perfecta, pero antes, aunque cada uno fuera por su camino, los demás sabían por
dónde iba. Ahora todo se ha ido al carajo.
Chester se quitó frotando un poco de tierra que tenía pegada al oído. Miró a Will
pensativo.
—Mi madre piensa que la gente no debería tener secretos. Dice que los secretos al
final siempre se escapan por algún sitio, y en cuanto lo hacen, ya no causan más que
problemas. Dice que un secreto es como una mentira. Por lo menos eso es lo que le
dice a mi padre.
—Y ahora yo hago lo mismo con mi madre y con Rebecca —dijo Will agachando la
cabeza.
Después de que Chester se fuera, Will abandonó el sótano y se dirigió
directamente a la cocina, como hacía siempre. Rebecca estaba sentada a la mesa,
abriendo el correo. El notó al instante que acababa de desaparecer la reserva de tarros
de café vacíos que durante meses había ocupado la mitad de la mesa.
—¿Qué has hecho con ellos? —preguntó mirando a su alrededor—. ¿Con los tarros
de papá?
Rebecca lo ignoró deliberadamente, escrutando el matasellos de un sobre.
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