Trump en la Casa Blanca suplemento DONALD TRUMP 1 año | Page 7

7 armamentística norcoreana, el presidente no ha dejado de jugar al matón de patio. Ha llamado “gordo, bajo y hombre cohete” al no menos megalómano Líder Supremo, Kim Jong-un; se ha jactado de tener un “botón más grande y poderoso” e incluso ha amenazado con devastar Corea del Norte. Esta inflamación verbal crónica ha extremado la disputa sobre su estado mental. Unas dudas que él ha tratado de despejar aumentando sus apariciones públicas y sometiéndose a un test cognitivo. Equilibrado o no, la agitación permanente en la que vive ha oscurecido su mandato. Sus éxitos, fuera de su esfera de influencia, han quedado rápidamente diluidos. En un tiempo de bonanza económica, con Wall Street tocando máximos históricos y la cifra más baja de desempleo desde 2001, hay quien se pregunta qué habría ocurrido si Trump no escribiese en Twitter. ¿Cómo sería su mandato?¿Cómo se entenderían la entrada del conservador Neil Gorsuch al Tribunal Supremo o la reforma fiscal, con su recorte de 1,5 billones de dólares en 10 años y sus repatriaciones masivas de capital? El propio Trump parece haber sido consciente de esta interferencia y, sin dejar de hacer ruido, ha iniciado un cambio estratégico. Desde la humillante derrota ante el Obamacare, donde no logró ni el apoyo mayoritario de su partido, el presidente se ha ido acercando al establishment que tanto decía odiar. En este camino ha prescindido del ideólogo del miedo, Steve Bannon, y ha forjado alianzas con los líderes republicanos en las Cámaras. “Las mayorías republicanas en el Congreso le han salvado de sí mismo”, dice el profesor Sabato. “Ha sido una capitulación del Partido Republicano ante el trumpismo”, añade el sociólogo Lakoff.